Una mujer,
siempre,
se lleva la cordura,
me deja la soledad.
Una mujer fue violencia
y deja en la habitación
tres ganchos de ropa
para que cuelgue en ellos la calma
y desnuda su curiosidad sin pudor
y me toma con fuerza
haciendo de la distancia un mito.
Una mujer fue aroma
deslizándose en mis manos
y viene a quedarse en mis abrazos
mientras la tarde se va vistiendo de noche.
Una mujer fue ciudad
y me hechizó con su bicicleta de besos,
su sonrisa -la más bella y mortal que jamás he visto- me alimentó de calles,
de montañas y ríos,
de grises y verdes,
de calaveras y tristezas
y aún vive atrapada en mi soledad.
Una mujer fue ave
tecnicolor
tornasol
y me arrastra en la hojarasca
de sus alas
mientras me susurra a los ojos
que el universo es pequeño
cuando nuestras miradas se cruzan.
Una mujer fue aparición
en medio de la gente
y el silencio brilló incesante
hasta que las pieles hablaron
su lenguaje único.
Nada más ilegal que el destino del deseo
que solo sabe fijarse en lo desconocido.
Una mujer fue amiga,
sincera,
se entregó desde el primer momento
en el mayo de sus pecas
y ató su vida a la mía
con el pozo de mis secretos
y la verdad en su memoria.
Una mujer fue cuerpo,
humedeció de deseo mis aprensiones
y sueña el cosmos
con su silueta mística,
flotando de energías
entre el Popol Vuh
y mis caricias.
Una mujer fue libro
y deja caer una mirada dulce,
no me presta su voz tímida
y sabe hacerse invisible
en el lienzo,
aunque una noche me arrancó el tedio
con su cigarrillo de colores
y su piel de humo.
Una mujer fue locura
y la luna lo supo
porque se dibujó en su pecho cada madrugada,
pero el llanto me la arrancó.
La deseé tanto que se esfumó frenética
en sus historias trágicas
al marchitarse su arrebato.
Una mujer fue santa,
la que me absolvió,
la que perdonó a este monstruo,
la que me amó de verdad,
y a la que de tanto amor
terminé por alejar.
Me odio por no amarla
y la odio por ser tan buena.
La odio porque no me odia,
y, peor aún,
porque me deja odiarla
hasta volver a amarla.
Una mujer fue baile,
cadencia en sus caderas
y candela en la cama.
Me hizo trizas y me moldeó de nuevo,
más oscuro,
más sombrío,
mató el niño,
dió vida al Leviatán.
Fue la luz que me cegó
y ciego de amor por ella hice todo.
Huella indeleble,
recuerdo intachable,
dolor indecible.
Una mujer fue lujo,
su labor engalanó mis noches,
me llevó por la ciudad nocturna,
aunque sus temores
habitaron su hogar.
Fue barrio y fue vecindad,
lo cotidiano se vistió de púrpura,
mas, una tarde,
su demonio la condenó a la ira
y su furia me empujó contra la puerta.
Una mujer fue tentación
y un beso dulce puñal
que la transformó en viajera del tiempo,
surcadora del espacio.
Bello problema,
nuestras miserias nos acercaron
y hoy sus cartas reposan
en el sueño de la memoria
por el arte de sus manos amantes.
Una mujer fue niña
y la inocencia brilló en sus ojos,
el viento jugó con sus trenzas
y el rocío se enamoró del lunar junto a su boca.
Me vistió de primer amor
y se lo sembró en el corazón
para que no dejara de respirar
mientras le dice a los años
que sus pasos firmes no significan nada.
Una mujer fue génesis
y con ella empezó todo,
la realidad no le robó la risa
y del árbol de la creación
me dió la ambrosía de su cuerpo
en la forma de dos frutos
celestiales,
angelicales,
que saben ser espejo
idea,
materia,
y no supe dejarle más que la gratitud de mi sombra
y la marca de los días.
Una mujer es todo
y es la nada.
Una mujer es una
y todas a la vez.
León Aronnax.