Nathaniel Marrero

El óbito.

 

 

 

 

 

Abandonado con desaire el concepto de existir,

se cobija bajo una piedra, ya roída por las dudas,

la Razón burlesca con un nudo atado al cuello.

El óbito se acomoda en la tierra con vestido de madera y,

en la tristeza, se ahogan los constructos a su alrededor,

enfundados en estiércol.

 

Que no me añoren, yo siempre existo.

 

El tiempo como banda de Moebius se retuerce,

convierte sus redundancias en coyunturas del futuro.

Lo que hoy serás no me importa,

lo que mañana fuiste no me importa,

sino tu conjunto,

pues tu Único olvidado en la lejanía del presente a nadie ya conmueve.

Pero oh, déjalo ir, Libro Teseracto, ¡y llámame loco!

mas no niegues ser un único deseo del momento y el segundo,

la linde temporal que tarda tu esencia material en entrar por mis pupilas.

 

 

Hoy, como un fragmento de memoria, abrazas mis manos,

omites el momento en que me interesó lo que eras,

quizá fuiste un simio, o fuiste un autómata…

 

¡Aléjate, ser atroz, no te quiero cerca!

 

Estorbo de espejo satánico, opaco y sin vida,

tras haber abandonado con desaire el concepto de existir,

¿me condenarás a muerte?