Al Duborg

La Vanidad...

La Vanidad…

 

¿Qué será qué necesito?

preguntó la vanidad.

¿Un edificio lujoso

o una mansión frente al mar?

¡Mejor un yate de plata…!

con las velas de cristal,

con la cubierta hecha en oro

y dos motores de más…

 

Uno, para ir contra el viento.

Otro, de fuerza solar.

Y el otro, que rompa el récord,

de mayor velocidad.

¡Qué sea el primer velero,

que alcance fama mundial,

que no lo detenta rayo

ni lluvia ni tempestad.

 

Zarpó la nave lujosa,

contra la brisa del mar.

Iba un solo tripulante,

de sobrada fatuidad,

arrogante ante las olas,

al mar y su inmensidad.

Se burlaba del azul,

pretendiéndolo domar.

 

 Ya en el proceloso ponto,

el tifón fue pertinaz.

La galerna hizo una tromba,

lo partió por la mitad,

con dos motores el yate

se mantenía vital.

Un rayo fundió sus velas,

se absortó la vanidad,

 

giró el timón a babor,

fue instinto de conservar

la nave de plata a flote

y el intento fue fatal.

Los dos motores se hundieron

en la oscura vastedad,

las máquinas se apagaron

y naufragó el capitán.