María Eugenia Marínez Garcés

Raza Madre


Mamá vivió prisionera en su raza,
ahí la dejaron
los cánones bíblicos,
la contracultura,
el colonialismo subalterno,
las rebeliones fallidas
y el feminismo.
Los movimientos políticos de izquierda
y hacia la derecha,
el centro equidistante de la nada.
El estrecho país que la vio nacer
y la isla que lo mira a la distancia;
el puente El Pindo que conecta al continente,
los manglares, el Morro y el Bajito,
emblemas de su natal Tumaco.
Los cununos y tambores del Pacífico,
el mapalé y los bailes típicos,
su aliento a mar y a pesca;
su gordura,
su vientre desgarrado cinco veces.
el incultismo de su dialecto
obstinado en no marcar las consonantes,
tragarse algunas letras,
y un apellido,
cuando la ley estipula el binarismo.
Apretaron los cerrojos
las guerras que reivindican lo absurdo,
la diferencia que no salva un sustantivo.
El surrealismo de la pobreza.
las calles polvorientas de Aguablanca;
el sol que cocía de frente las frutas que voceaba.
Cali y su salsa.
La discriminación que se disfraza en los festivos.
El colorido de la bandera patria
que victoriosa ondea
los días gloriosos de la historia ajena.
La escuela que mata lo que mal paren los padres
El conocimiento, esa extraña parcela de unos pocos
sabios, doctos.
La inteligencia visual de mi padre,
su memoria de Funes
y su enorme capacidad para olvidarla a ella, su mujer,
nombrada como un adjetivo.
Las paredes y cerrojos de esa cárcel la hicieron con sangre,
negra ella,
negra sangre la de mi madre.