Lourdes Aguilar

AUSENCIA

Quisiera recordar tu sonrisa cómplice, tu imagen hermosa, juvenil y despejada, tu melodiosa voz entonando canciones impregnadas de pasión, canciones de tus tiempos mozos, de un romanticismo y elegancia desconocidos para mi pero que lograbas transmitir con maestría, tus manos marfileñas, ágiles, inquietas, dando forma a la labor, ansiosas de intentar, probar, recetas nuevas, estilos nuevos, mezclando, extendiendo, posando, reposando, tu mente proyectando luces, tus planes abortados; tú sentada frente a la máquina, como Diosa en su altar, irradiando luz y calor a lo que en ese tiempo tan remoto era hogar.
Quisiera recordar nítidamente la playa de Sisal, tú de cara al mar, esbelta, cubierta por el traje oscuro que resaltaba tu piel clara, tú riendo y bailando en el pueblo de tu infancia al son de ritmos tropicales, rodeada de parientes y de amigos; pero es inútil, todos esos recuerdos se me escapan como un globo de las manos de un niño, se ahuman y desvarecen aunque quiera retenerlos.
No es justo, mami, que te hayas ido así, esa que vagaba por la casa con un dolor añejo incrustado, inexorablemente consumiendo tu energía no eras tú, tú ya no vivías, tú te aislaste entre esas paredes y clamabas noche y día en tus rezos a un Dios sordo que te auxiliara, la vida, mami, se te escurrió de los dedos y la veías pasar asida a esos miedos y prejuicios que no eran tuyos.¿cuándo comenzó tu declive? ¿Cuándo ahogaste las esperanzas entre tanta lágrima inútil? ¿Cuándo decidiste bajar la cabeza y dejarte humillar? ¿Cuándo renunciste a vivir por complacer, por evitar, por aparentar? No te diste cuenta cómo nos arrastrabas contigo, rompiendo esas escenas que yo atesoraba, no es justo, mami, que no conocieras sosiego en tus últimos años y esperaras la muerte como única salida a tus frustraciones, como si fueras un cacharro listo para desechar.
Confieso que te odié, como se odia a los traidores, odiaba tu acoso, tus imposiciones que pretendían amoldarme a lo que para ti era un ideal, tarde entendí que solo intentabas protegerme y evitarme el infierno que tu vivías. No fui mejor que tu y siento tanto no haber tenido tiempo de conocerte, de demostrarte que aún te necesitaba para reconstruirme, de volver a ese camino, antes de que los obstáculos nos separaran irremediablemente.
Solo puede retener tu mano ese día en el que tu corazón brincó tanto, como un conejito acorralado y escapó dejándome pasmada ante tu cuerpo jadeante, pero sin el pesar que deja el conocimiento de una inminente partida.
Sé que vienes, porque hay alguien que no te deja ir, alguien que sufre porque no conoció otro sentido a su existencia, por más cruel que fuera, lejos de ti, después de todo, tal vez ese Dios a quien te aferrabas finalmente te dio una oportunidad de enmendarte de alguna manera, sé que vienes y que no toda la culpa fue tuya, sé que me quisiste aunque nunca lo dijeras, aunque esa mano que retuve no me hubiera concedido una caricia en décadas, sé que no vienes sola, no por mi sino por ese alguien que no te conoció antes y por lo tanto no tiene una referencia a donde asisrse, no me escucha, mami, y tampoco puedo ocupar tu lugar, solo me resta esperar un milagro o una desgracia e ir recogiendo la herencia que me negaste.
Recorro estas regiones que en su momento no desfruté y me hubiera gustado fuese contigo, estas tierras llenas de historia, parte de un país que aprendí a amar desde muy pequeña, con sus villanos y sus héroes; frente a la tumba de la abuela, ese ser tan excepcional que me dio dio lo que tú no podías, escribiré en el idioma que también me negaste, pero que he ido recogiendo como herencia gracias a ella: in k·áatech yéetel u láakal in puksi·ik·al.