Alberto Escobar

Pandora

 

Prometeo es nuestro dios.
Es quién nos enseñó la palabra,
las artes y la filosofía,
y también su contra...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quién pudiera reír como llora Chabela.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se cuenta consejas de viejas— que en tiempos quizás antedaños
a los sucesos de Aquiles el barro quiso hacerse hombre.
Eran minúsculos seres bípedos y bímanos que atendían un torpe
movimiento y los hacía creer que contaban con propio albedrío.
Al decir de las mismas viejas que citábamos arriba entre dientes —
por aquello del paréntesis rayado— estos mínimos seres fueron
fragua de un sujeto mitad hombre mitad dios que tras una discusión
familiar —debió de ser de órdago— se decidió a contravenir la paterna
autoridad dando a inventar una particular e idiosincrática \"humanidad\".
Su padre, todo soberbia y pundonor —su madre, remisa, dejóle hacer—
se avino a poner coto a los interminables fines de semana, que empeza-
ban temprano de viernes y terminaban tarde de domingo.
\"Mientras estés bajo este techo ya sabes a qué atenerte\" tronaban los
cimientos de la casa —su madre daba su callada por respuesta—.
Una tarde, en casa de un compañero de facultad —estudiaba las bellas
artes en la Universidad Católica de Pandemonium—, y en el trance de
un trabajo de escultura se le ocurrió la empresa humana.
A la boutade de la distribución de extremidades le siguió la compañía
inexistente de la cabeza —sola una— y dentro de esta la unicidad de
boca y nariz, más la binumeralidad de las orejas, para mejor escuchar
que hablar —todo esto que refiero sucedió en el tiempo bajo la muda
estupefacción del anónimo compañero, que se frotaba los ojos acaso
sí estuviera en un sueño.
Acto seguido introdujo las figuras en un microondas y tras la brevedad
de una hora salieron de dureza marrón y charlando como cotorras.
Cuando llegó a su casa y su padre se hizo cargo de la faena el cielo
—hasta entonces mudo espectador— se deshizo en lágrimas hasta
que el vuelo de una paloma anunciara la bajada de las aguas.
Dejémoslo aquí.
Ya es bastante.