Diego Nicolás García Contreras

diez y veinte

el número cero se anima, da ala a las ánimas
para resumir el periódico en el que vierte la pena a diario.

El pervertido se asoma con diligencia, se enfrenta al distinguido y lo derrota cada vez,
en una actividad tras otra, le urge destacar.

Luego el flojo ataca al activo y lo invita a sumergirse en las mejores secuelas del vicio,
de la frontera al suelo, poco rato de vuelo...

Coge las lágrimas del derrotado, y diseña un símbolo heroico en la capa del niño,
siéntate a su lado, caminante, quítate la máscara impetuoso, 

No todo está perdido, llama al melómano superficial y se desvestirá de elogios,
sangre en los puños, vértebras raquíticas, linfa oxidada,
júzga al hundido,
Halaga al airoso,
radica al cáncer para que nadie lo vea.

¿Funciona la tal vida?,
lo que no sirve se extirpa,
estaciona su critica,
da verdad al deprimido e ilusión al optimista.


Bailan los actores, 
hasta la interpretación correcta,
y le dan la espalda al anterior personaje,
para destacar del ruido.

El moho de las porciones le da proporción al olvido,
al silencio cínico de las curvas,
a la queja que se antepone al tiempo,
a mi tiempo en descontrol.

Que vivan las orbes de la entropía,
y se levantes los maderos con las calaveras, como banderas en pos de la muerte,
que hierva el chicle y la pelusa en caldos de las grandes cadenas,
que prospere la rata y la cucharacha entre las esferas del poder, y que suplante al lujo.

Que vengan las moscas en nubes a bañarse en el siguiente río.

Que salga el desgano a cantar canciones de horror, para agonizar este mundo en su sinfonía eterna de dolores,
canten sonatas los murciélagos y corróanse los metales,
para seguir haciendo honor a nuestra propia degradación.