jorgepeguti

Reflexiones I

Qué se esconde tras esos gestos. Tras esas caricias. Tras esas miradas. Tras esas sonrisas. Tras esos besos. Tras esas palabras. Tras esos abrazos. Tras esos ojos, que brillan cada que vez que te veo. Siempre me lo pregunto. ¿Qué hay detrás de eso? Realmente hay algo palpable, tangible, que pueda tocar, oler, ver, oír… sentir al fin y al cabo. Escuché una vez que las emociones, los sentimientos están sobrevalorados. Cómo van a estarlos, si es lo único que tenemos. Lo único que nos queda. Lo único que prevalece. A veces ni eso. A veces sólo permanece el recuerdo. “Arriba la vida, abajo la reminiscencia” leí una vez. El que escribió eso no tenía ni idea de nada. Todo esto me viene a la mente cuando pienso en ti. Intento encontrar una respuesta a todas estas preguntas, aunque en vano. Siento que tú eres la respuesta a todo. Que si verdaderamente hay un sentido detrás de todas esas cosas, tú se lo das. Nadie más. Creo que siempre intentamos justificarnos cuando queremos encontrar a alguien que nos quiera igual que nosotros a esa persona. Caemos en un error fatal. Intentamos dar explicaciones, convencer no sólo a los demás, sino a nosotros mismos. Que es la decisión correcta. Que esa persona es la adecuada. Sin embargo, creo que todo eso no es necesario. Nunca lo es. ¿Por qué habría de serlo? Creo firmemente que lo único verdaderamente necesario en esta vida es tener certezas. Creencias, valores, pensamientos, sentimientos, emociones inapelables, inexpugnables, inalcanzables. Que sólo uno mismo sepa. Sin embargo, hay una decisión a lo largo de nuestras vidas, con total seguridad la más importante que podamos hacer. Es la de compartir esas certezas. Abrirte como el primer trueno que anuncia la llegada de la tormenta. Eso es algo irrevocable. Si lo haces, no hay marcha atrás. Ahí es donde entras tú. Detrás de todas esas miradas, gestos y caricias, estás tú. Nadie más. ¿Realmente estoy seguro de hacerlo? No lo sé. Nunca lo sabré. Pero creo que es la única solución. La única respuesta, la que abre todas las puertas dicen. No paro de darle vueltas. ¿Qué me mueve, qué me motiva a esforzarme por ti? ¿A querer verte todos los días? ¿A querer hablarte todas las horas? ¿A querer sorprenderte? ¿A querer sacarte la sonrisa más maravillosa que servidor haya visto? De esas que te envuelven, te iluminan, te noquean, te hacen creer que por un instante has sido testigo de lo que algunos llaman la Belleza, otros Dios, otros la nada. ¿Realmente no es algo egoísta? Quiero hacer todas esas cosas por mí. ¿Por una falsa promesa de eterna felicidad? ¿Somos acaso como las religiones? Actuamos, queremos y amamos no incondicionalmente, sino a través de la promesa de una vida mejor, de una vida eterna. Es puro egoísmo. Pura egolatría. Puro cinismo. Pura ingratitud. Puro narcisismo. Puro individualismo. Porque sé que tarde o temprano, me veré recompensado. Te quiero; ¿o me quiero más a mí mismo? “Somos lo que amamos, no lo que nos ama”. ¿Es cierto eso? Entonces, ¿acaso hay algo más en esta vida que nosotros mismos? ¿Podemos trascender eso? No lo sé. Son todo preguntas, interrogantes, irresolubles todos ellos. Pero, como siempre. Como cada instante. Tú estás ahí. Acechando. Aguardando. Esperando. Con paciencia. Infinita, sempiterna. Como un ave a su presa. Sobrevolando. Observando. Quiero pensar que tiene que haber una razón. Sólida, que me disipe estas dudas que tanto me envenenan y me corroen. Así que, qué me queda, amada mía. Sólo escribir estas líneas. Que con esperanza, eso que es lo último que se pierde supuestamente, aunque yo creo que es lo primero, deseo que te hagan ver, te hagan oler, te hagan oír, te hagan tocar, te hagan sentir, te hagan vivir. Y sobre todo, te hagan descubrir que te quiero. Que, al final, es todo lo que tengo que decir.