Alberto Escobar

Por si acaso...

 

Me entretengo pensando
en lo que dejé.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Acabo de soñar que debo irme a otra ciudad, a estudiar.
Solo fue levantarme de mi último y amante jergón y mirarlo
con ojos de chivo degollado, o más bien entristecido por la
añoranza. Miro con detenimiento cada átomo de mi cuarto,
un espacio que dentro de mí me ha acompañado en estos
últimos veinticinco años, un suspiro en un contar planetario.
Paseo pasillo abajo mirando y dejando los ojos en cada rincón,
en cada figurilla de alabastro de esas que mi madre anhelaba
y coleccionada como una posesa, en cada moldura marrón,
historiada con las escaras que los recuerdos han ido dejando
entre sus fibras; cada cajón, cada cuadro recibió su última
instantánea de un nervio óptico que ya ciega de posibilidad.
Hago las maletas lentamente, como queriendo verificar la
teoría de la relatividad especial de Einstein, esa que asegura
que el tiempo corre más lento cuanto más rápido viajamos,
—aunque en este justo momento le encontré un error; no es
cuánto más rápido sino cuánto más lento (debió de ser un 
descuido tipográfico del editor).
El caso es que terminé de completar la maleta como si fuera un
parto lo mío —¡qué sabemos los hombres de partos!— y la llené,
me atrevería a afirmar, de más por si acasos que de cosas útiles
y de rutina, hasta el punto de pensarme adminículo o adyacente
de la maleta, que en realidad era ella la que se desplazaba al azar
de una nueva aventura y no yo, que solo venía a ser un apósito
necesario para que pudiera ser llevada a su destino, para que
pudiera ser introducida en el maletero de un coche destartalado,
a tono con lo que es su dueño, o al menos el tenedor presente de
su llave.
Entre dimes y diretes llego a la nueva ciudad, a la nueva vivienda
—muy alegre en verdes y luces— y al nuevo trabajo, y todo va bien.
De momento...