Lamoga

Sombra.

La sombra que camina junto a mi decidió irse junto a la luz del oeste, esconderse en la oscuridad y caminar vaga en callejones húmedos, salados, con olor a caprichos lejanos al olvido, palabras nunca dichas y sobre los sosiegos huérfano de un orgasmo jamás escuchado.

 Perseguirla no era mi primera opción, ni tampoco era deambular su compañía, sabía muy bien que era parte de mí, de mi cuerpo, de mi esencia, no pensaba buscarla ni mucho menos atender el frio que dejo su ausencia, por ahora, debía caminar por debajo de balcones, bajo grandes casas coloniales que fueron construidas a más de una década, entre los  corazones de humanos negados al amor, alimentándome así de besos vacíos, sentimientos nulos y corazones rotos.

Buscaba encontrar  mi mirada sobre  un lugar donde no hallara luz y allí poder cantar los  versos más tristes que aprendí una tarde de agosto, necesitaba sentir la umbría con esa brisa leve acompañada de escalosfríos crueles, olvidándome poco a poco del caluroso sudor que emergía tu cuerpo al danzar contra el mío, del fuego que encendías sobre mi piel y de las cenizas tibias que volaban al compás del sonido que emitía  “idilio de amor de Willie”.

 

-Lamoga