Merardo Sepulveda

EL CASTIGO

El castigo

 

¡Ven acá –dije a mi hijo-

pues contigo quiero hablar

y me tendrás que explicar

lo que en la escuela pasó,

pues ha venido un señor

de la mano con su hijo

a pedirme, según dijo,

justicia por la agresión

que ha sufrido su pequeño

a manos tuyas, matón!

 

Los ojos se le nublaron

a mi pedazo de cielo

y sentí una garra de hielo

que me oprimió el corazón;

pero un padre ha de ser justo

y aparentar ser muy duro

aunque a veces, de seguro,

le duela más el castigo

y así, con su propio actuar,

ha de ser juez y testigo.

 

Y al verlo así tan callado

tan solo, tan abatido,

y al notarlo arrepentido

cambió de tono mi voz:

 

-¿Dónde están, hijo querido,

las cosas que te he enseñado

que todo el tiempo empleado

parece que se ha perdido?

 

-¿Y qué fue de aquellos consejos

en que te hablaba del amor,

cuando te dije, por honor,

nunca abuses del más débil?

 

-¡Ya te dije que el más fuerte

no es el que abusa de todo

sino aquel que de buen modo

sabe ser tierno y amable!

 

 

Alzó entonces la mirada

y cara a cara me habló

y con lo que me respondió

se borraron mis enojos:

 

-¡Es verdad, le pegué a un niño

pero era más grande que yo

y la ofensa que soltó

la castigué por cariño

pues no creo que haya alguien

que ante lo que ese me dijo

no reaccione como hijo

orgulloso de su padre

y tu niño se ofendió

y se la jugó como hombre

cuando ese muchacho insolente

se atrevió a insultar tu nombre!

 

No pude decir palabra,

muy fuerte nos abrazamos

y un instante así quedamos

en silencio, y entendí

que el árbol que ayer planté

ya comenzó a florecer

y que dará a mi atardecer

grata sombra y dulce fruto.-