Pity21

El Viejo Echeverry

 

 

Cuando íbamos a las “canchitas de la colonia”, bajo los eucaliptos que bordeaban el predio y el sol se iba poniendo picante, ahí nomás... cerca del alambrado estaba él,”El viejo Echeverry”, junto a Terry, un boxer de pelaje marrón claro, que correteaba mordisqueando una vieja pelota, desgajada por sus dientes. Apenas entrábamos  por el agujero del alambrado cercano a la calle Ventura Alegre, ante nuestros ojos aparecía su figura : mano derecha en el bolsillo, ocultando la falta de tres dedos, a causa del accidente que tuvo con el balancín cuando trabajaba en la fábrica,flaco, alto, medio desgarbado, con la gorra a cuadros, como la que usaba el gran Amadeo Carrizo, y la mirada atenta a cualquier picado que se iba armando mientras llegaban los equipos.

Solo por su aspecto el viejo, no creo que llegara a los cincuenta años, en nuestra visión de chicos entrando en la adolescencia donde todo aquel que superara los 30 años, recibía el apodo de viejo. 

Rango que se fue incrementando proporcionalmente a nuestro crecimiento, ...hoy con los muchachos, que ya andamos por encima de los sesenta, el rango de viejo arranca de los ochenta y pico...pero solo por ahora…

No sabíamos donde vivía, ni si tenía familia, ni el porqué de las marcas de una vida difícil de su rostro,  pero todos los días, después de las 9 de la mañana, estaba firme en las canchas, menos sábado y domingo que arrancaba 7.30 hs, por su pasión, el fútbol, le gustaba estar rodeado de gente, de chicos correteando detrás de una pelota, y contar historias, de atajadas brillantes, antes del accidente de la fábrica. 

Como pasatiempo organizaba campeonatos, una copa mediana de plástico cromado se llevaba el equipo ganador, tenía un conocido que las fabricaba y era el patrocinador, algún manguito de la inscripción le quedaba, deducidos los gastos por los árbitros, pero cuando rodaba la pelota porque empezaba algún partido, sus ojos brillaban y parecía recuperar un par de años. Hacía sonar un silbato y nos llamaba para el sorteo de los campeonatos relámpago  en la cancha de siete, con los más grandes organizaba uno largo, por fechas en la de once, traía un par de referees que estaban estudiando, y los líneas según la ocasión, algún vecino de los que llegaba primero, es que en esa época la cancha de once y la de siete se iban llenando a medida que se armaban los partidos.

En todos los barrios de Ituzaingó, al oeste del conurbano bonaerense, tenías terrenos libres, por ende canchitas y cada cinco o seis manzanas se formaba un equipo. 

No se bien como hacía para escribir, pero se sentaba en una banqueta plegable y sobre una tablita, te armaba el fixture, con fechas y horario, cada equipo tenía uno, que te entregaba para los campeonatos largos y el de cancha de siete (hasta de nueve jugamos) , metia los nombres de los equipos en una bolsa de tafeta negra y armaba el sorteo ahí, sacando de a dos papelitos, el partido... dos tiempos de 30 minutos, de acuerdo a los equipos inscriptos sabias cuando te tocaba volver a jugar si ganabas.

Entre respeto y admiración hacia ese personaje, porque era un personaje, de esos que te cruza la vida; transcurrió nuestra adolescencia y evidentemente nos dejó huella. 

No muchas veces paso por donde estaban las canchitas, es en el predio donde está el hogar Martin Rodriguez (la colonia), un descampado que estaba antes de los edificios del hogar, con el paso del tiempo se construyó un barrio, pero en mi imaginario está Terry correteando la pelota desgajada y el viejo Echeverry, con la mano derecha en el bolsillo parado al al lado de la banqueta plegable y en la izquierda la bolsita de tafeta negra para el sorteo, esperándonos abajo del único eucalipto que quedó en pie, cerca de Ventura Alegre la calle donde entrábamos a “las canchitas de la colonia”.