Alberto Escobar

Ilha Branca

 

Verdad de hermano que existe
donde la sangre
no se sirve de su gluten.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Hermano mío.
Te llamo hermano
porque tu sangre
es roja como la mía.
Se derrama si la tumbas
—como la mía—
y deja cerco seco
cuando se le olvida.
Hermano te llamo
porque me miras
como se miran las adelfas
desde la avidez inocente
de quien no teme venenos
ni ponzoñas, porque la muerte
no se cuenta entre tus planes.
Desmanes son originarios
de su sangre quien como sangre
no goza de hermano,
ni temprano ni tarde, ni anhelos
ni engaños cabe
en quien tiene la sombra luminosa
de un hermano que alienta
cerca aunque lejos esté.
Usted, si no lo tiene, adolecerá
del frío de la sierra que aprieta
sus raíces ante el helor ambiente,
que desconoce el abrigo de la maleza
y el gradiente de una juerga
entre jeringas y aguardientes,
entre cantes y alegrías.
Desearías —al que careciere—del correr
por los torrentes del rojo humor necesario,
porque ya son varios —o muchos, mejor—
los que a fuer de manta y frazada
dan cabalgadas buscando hogar
y leña que lo llenen y abarroten.
Aboga por el rebrote de la broza
en el camino,
que un destino no lo es si a la postre
y al fin no se resuelve
de miel y hojuelas,
aunque fueren puercoespines
los que de madrigueras salieran.
Hermano te llamo, hermano llamote;
de cualquiera de las maneras
te tengo por lumbrera y lumbre,
por requiebro y techumbre
de mis alegrías y mis penas.
No temas, no temo.
Te quiero, aquí, a mi vera.