La adoré de tan mística manera,
que al tenerla en mis brazos yo pensaba
que en Edén prometido me encontraba,
con el alma mas noble que existiera.
Irradiaba la luz tan placentera,
que los halos de un ángel semejaba;
y en sus brazos tan dulces siempre hallaba
esa paz, que ninguna me ofreciera.
Me ofreció de su amor lo más sagrado
y llenó de guirnaldas mi camino;
la presencia de Dios sentí a su lado,
por su tierno candor tan cristalino:
¡Al perderla, mi espíritu ha quedado
como un triste andariego sin destino!
Autor: Aníbal Rodríguez.