Anton C. Faya

𝗧 𝗘 𝗦 𝗢 𝗥 𝗢 𝗦 . . .

 

𝗧 𝗘 𝗦 𝗢 𝗥 𝗢 𝗦 . . . 

 

No lo sabia, pero aun la gloria, trae consigo

tallos de la muerte entre sus brazos.

 

Juro que los tuve, que palpe sus labios,

que navegué los valles de su cintura,

que extendí mis velas en su aliento.

Tan inmediatos y yo tan en víspera

de los tesoros que mi olvido no los olvida.

 

Eran dulces los tesoros, como un vino amable,

como un niño perpetuo criado en la bondad.

Pero se me han negado, como se niega un adiós.

Clamé, imploré por encontrar los tesoros.

Los busque en los sensuales vendavales del lucro

y fui un amoroso pirata encallado en palidez,

un vientre congelado de masticar ausencias.

 

Vi tesoros en el fuego, en las ruinas del sol,

y descalzo corrí kilómetros tras ellos

por los pulmones remendados de los bosques,

por diapasones enfermos de guitarras tristes,

por asfaltos donde el porvenir dice llamarse felicidad.

 

Pero las horas en esa tierra eran irreales,

cerca del tesoro, yo rasgaba mi pecho sin consecuencia,

gritaba en voz baja por temor a molestar,

mis ilusiones, entre ser y no ser, eran livianitas.

Y en el desamparo arroje mi sentir a la intemperie.

 

Y luego de mucho tiempo y tanto viaje pude ver:

Que en la sonrisa de un rostro familiar,

en el silencio respirado en la intimidad,

y en las pocas cosas que se disfrutan en el jardín de casa,

nacen, crecen y viven los verdaderos tesoros.

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A.C.F- AGOSTO 2020

ARGENTINA