Alberto Escobar

Parque Amate

 

Cromatismo versus tenebrismo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un día que Monet, muy de mañana, andaba laxo por las calles de Ruán
reparó en una circunstancia hasta cierto punto sorprendente: notó— tras
una pausa observativa— cómo la fachada principal de la catedral ofrecía
un color azul violáceo cuando pocas horas antes le pareció fucsia.
Tras unos segundos de suspensión salió al ya asendereado camino
y prosiguió su paseo, no sin despegarse de la perplejidad en la que se
sumió de antemano.
De regreso a casa decidió que —echando mano al caballete, pinceles y
paletas— se plantaría en el centro de la plaza de la Vendôme y dejaría
transcurrir las horas pintando el monumento que le traía y llevaba.
Estimó oportuno hacerse cargo de la gama cromática que se apoderaba
de sus piedras según fuese el matiz de las luces que las hería.
Descubrió que así fuese la hora así era la tonalidad de la mampostería,
lo que le animó a pintar una serie completa y exhaustiva.
Para dar cumplida obra al propósito se demoró en su querida ciudad
alrededor de dos meses de intenso y entusiástico trabajo.
Los que nos contamos en la nómina de sus admiradores nos congratulamos
de su ocurrencia, y ahí queda para la posteridad tan magna serie que — para
aquellos que prefieran el vivo y el directo— reposa sonriente en la pinacoteca
de diversas ciudades. Quien elija Paris que visite el D\'orsay.
A este pensamiento me llevó —por aquello de la analogía cognitiva— la diaria
observación —en distintas horas y estaciones, como en el caso de Monet— de
mi parque, el parque que me saluda desde las distintas ventanas que circundan
mi casa y que se sienta en un lugar cualquiera de mi ciudad: El Parque Amate.
La luz solar se derrama desde las distintas estancias de su recorrido diario
bañando con vario matiz la masa forestal que verdea el paisaje cotidiano.
Reste para siempre este ya tardo homenaje.

Por él.