Kinmaya

La danza de los muñecos

La noche, y fiel a su destino, comenzó a oscurecer todo el recinto. Un sentimiento yacía oculto entre las sombras de aquella lúgubre habitación abandonada por la ausencia, una ausencia que parecía no tener ninguna explicación.

Solo se podía escuchar el silencio de un viejo muñeco bajo la penumbra, estaba colgado de unos hilos aún con vida, junto a un enorme y viejo espejo recostado sobre una mancha de humedad en la pared.

La puerta se abrió. La figura de un visitante hurgando en aquel espacio plagado de intimidad se detuvo, el tiempo trasncurría lento, casi inanimado, parecido a un recuerdo solemne, pero sin moverse.

Con la luz de su vela, el hombre recorrió muy lentamente aquellos añejos muebles cubiertos de polvo. Polvo que apenas flotaba delante de la llama distorsionado el aire con sus partículas, encapsulando el pasado como una dimensión hechizada.

Cuando la luz llego al muñeco, su sombra aumento en la pared, una imprevista brisa ingreso por la ventana apenas abierta. El muñeco giro como si un caprichoso hálito de vida lo impulsara repentinamente, paso mirando por delante del espejo, dando algunas vueltas sobre sus hilos sin detenerse; y pareció sonreír nuevamente de alegría.

En un improvisado baile de sombras y reflejos, se perpetuaron en el fondo de aquel enorme espejo, hasta perderse en fila hacia el infinito, en un misterioso gesto de levedad enigmática, desafiando la realidad y la mirada de una emoción.

Aquella perfecta danza de muñecos, parecía burlarse del tiempo que solo podía mirar. Aquella habitación abandonada por la niñez, se mantenía inmortal; entre el olvido de unos viejos recuerdos, y el polvo de aquella mirada detrás del candelabro; ondulando los ojos de aquel visitante, junto a un juguete, movido por los vientos de la melancolía.