Zoraya M. Rodríguez

**~Novela Corta - La Impecable - Parte II~**

Un día, en la oficina, mientras entre papeleo y más papeles, rozaron dedos, y se entregó en cuerpo y alma, el Señor Pablo, parecía un niño con juguete nuevo. Mientras que Lioda, preocupada, desolada y en una sola soledad, que a ella le ahogaba tanto, cuando sólo dejó un deseo en volver a ser la misma de antes. Cuando Lioda, de seguro, se vería maltrecha, desolada, y más tan marginada por la misma sociedad, y todo por ser la amante de un hombre casado. Pasó mucho tiempo y continuaban viéndose en un apartamento que le compró el Señor Pablo, a ella, para verse, amarse y hacer su nido de amor, allí, entre arbustos y una calle, la cuál, yá sabían lo que eran ellos dos. Ellos, se amaban cuando él podía, llegaba al apartamento, cuando sus compromisos no se lo impedían. Tanto el Señor Pablo y Lioda, se amaban, y se profesaban amor a tutiplén, se amaban con amor y del mejor, cuando la pasión era tan ardiente, como lo imposible de creer. Ella, Lioda, sólo sentía, amor y pasión, en el sólo corazón, el cuál, le dió temperaturas altas de fiebre, como a todo un sol que siempre le acompañaba, siempre y cuando, no lloviera. Y si llovía, sólo la lluvia le hacía sentir, delicada, fría, e inestable, cuando en el corazón compungido, se erizaba, y se le apretaba, atando a sus propios latidos en el mismo coraje de ese amor tan prohibido. Si en el aire se dió una suerte en el camino, y todo porque, el deseo se fue por el rumbo y la buena dirección. Cuando en la alborada creó a todo un sol nuevo muy dentro de ella. Ella, Lioda, se toma su café, entre papeles y papeleo, en la oficina de la juguetería, del Señor Pablo. Si ella, sintió el fuego en la mirada de él, del Señor Pablo, cuando en el desastre de creer y de saber que era sólo la amante, sólo se le llenaron los ojos de lágrimas tristes, cuando nadie sabía de lo inesperado. Cuando en la forma de ver el cielo, se formó una nube gris, como la tormenta que se avecinaba cuando ella Lioda, vió el cielo tan triste como el haber sido y que sería por siempre la amante del Señor Pablo. Cuando en el alma se vió una tenue luz, como el haber demostrado el haber sentido el propio amor entre sus mismas manos. Si, Lioda, se vió como haberse aferrado a su más intenso corazón, su amor por el Señor Pablo, pero, no, fue nunca así. Cuando en el desafío dió como una fuerte resaca en el pecho, cuando, una mañana amaneció en su departamento sola, pues, el Señor Pablo, dejó una carta, que le pareció, una carta de despedida, pero, no la leyó, pues, Lioda, yá sabía lo que creyó ser. Cuando en el tiempo, sólo al tiempo dejó y guardó esa carta sin leer. Cuando entre los dedos se debió de sentir lo que más pasó entre ellos dos, un sólo frío, un sólo sentir, y unas caricias que se fundieron con el alma, y con el suspiro de un nuevo deseo en volver a amar. La carta la dejó en el buró, callada, desolada y triste con el alma en pedazos, cuando en el apartamento la dejó con mora. Inmoralmente triste y desolada, herida y sin pasión. Cuando en la oficina de juguetería, donde ella labora, le dijo la compañera, de que el Señor Pablo, se había marchado de viaje, un viaje de negocios. Cuando en ella, sólo se debió de entretejer, un silencio automatizado en la espera de tentar una sola advertencia, del peligro del amor y de la pasión. Cuando en la piel se dió, el amor más puro, de haber sentido en el mismo coraje, de haber entregado el amor tan propio como en el mismo corazón, cuando él, se había marchado dejando una triste carta. Y ella Lioda, se preguntó en su hora libre de labor, ¿que qué quería decir el Señor Pablo en aquella carta?, cuando en el silencio en el alma se llenó de una paz incontrolable como que el silencio le llenó el alma de un desastre en saber lo acontecido. Cuando en el silencio, se debió de entregar el furor de haber sido amada aunque fuera como amante del Señor Pablo, pero, ella no quería eso. Que se le llamara amante, y más la otra, o como una p…, sólo ella quería ser el amor tan puro, y tan real como el haber sido, el amor conceptual de haber querido su certeza de amar a ése hombre, el cual, la quería como mujer y como una amante. Si ella, no pretendía en ser la otra, sino en ser el amor puro y verdadero y tan real como haber sido su esposa, realmente. Y ella, Lioda, sólo vió en su cara, el amor y la pasión, y el deseo ardiente de amar con el amor, cuando en el ocaso se vió el deseo como el mismo sol en el mismo cielo. Cuando el deseo ofreció lo que más, un fuego ardiente como la llama encendida, o como la misma pasión tan llena de amor. Y se fue el Señor Pablo, a laborar al extranjero, pues, en la carta se lo decía, pero, ella, Lioda, no la quiso leer. Cuando en lo introducido de una introducción sin precedente se debió de alterar el hálito frío que le dejó a Lioda, entre su más querer infructuoso. Cuando en el delirio se llenó de un frío autónomo en saber de la verdad, que era sólo su amante y nadie más. La carta, ¡ay, de la carta!, no fungió como nada más, sino con el desenlace de servir como amante sin medida ni contemplación. Cuando en la mañana amanece sin él, sin el Señor Pablo, como si fuera la esposa, pero, no, ella lo amaba con todo el corazón. Cuando en el reflejo de haber sido la amante y nadie más, se debió de automatizar en la espera de ver el significado en cada palabra del amor. Y sí, era ella, la de siempre, la del ocaso y del frío en la manera de sustituir la pasión llena de un sólo amor. Cuando en la forma de amar se llenó de un sólo mar, en que sólo el deseo se debió de creer en el amor tan real y como tan verdadero, como aquellas olas en que sólo el mar deseaba amar. Cuando en el horizonte se debió de creer en ese mar desértico en que el ave vuela más y más. Y sin saber de la verdad, Lioda, sólo quería amar y ser amada realmente. Como si fuera la esposa, pero, no, era más que la amante, y las amantes sólo eran de un tiempo limitado, pero, el mejor tiempo. Cuando en el tiempo, sólo se debió en creer que la manera y forma de amar era la mejor de todas las formas. Cuando en el ocaso dió lo mejor del aquel sol en que le llenaba de ansiedad y de luz, como el ocaso aquel de un sólo tiempo. La impecable sólo se debió en ser la más perfecta y la más exacta, en ser de la oficina la amante del Señor Pablo. Cuando en el alma, se debió en ser la más perfecta de haber amado sin conmiseración ni tiempo absoluto, cuando la verdad era impoluta, cuando el aciago tormento era tan funesto como la misma ansiedad que le da a ella, por ser la única amante del Señor Pablo. 

La impecable con el teclado, sí, era ella, Lioda, la que más labora para la oficina en la juguetería donde ella comenzó a laborar para su amante el Señor Pablo. Cuando de repente, vió una salida, un escape, y una herida curada, fue que su cómplice y su más fiel aliado, el cual, era el teclado, encontró lo que nunca poder escribir, lo que jamás pensó, y si se sentía como una periodista, la cual, acaba de descubrir un evento muy importante para ser la noticia más eficaz del momento internacionalmente. Así, se sintió ella, como la más salvada de todo y desde entonces. Y era ella, Lioda, fue como la más impecable en el teclado, cuando en la mañana, se entristeció de pena y de amarga espera, cuando vió el reflejo del rostro del Señor Pablo, en cada monitor del computador, pues, su manera en escribir agudizó más y más. Su fuerza en escribir se electrizó más, pues, su forma en escribir perpetró una forma impecable, afable, e inerte e inefable e indeleble. Cuando sólo atrajo su fuerza en vender lo que le quedaba una forma en escribir y era su fuerza en laborar como secretaria del Señor Pablo. Y sí, era ella, Lioda, la más fuerte en vence cualquier obstáculo, en saber diferenciar entre la manera de creer y en saber sobrevivir, cuando su esencia la tomó por sorpresa, cuando en el Señor pablo, se descifró más la impaciente forma de escribir, pues, fue su aliado más fiel, como el cómplice más frío del invierno y ser testigo de ello, le dió la forma de escribir más real, más contundente y más verdadero. Cuando Lioda, sufrió el más cruel hechizo, por donde se paseó el más inerte de los momentos, cuando en el ocaso se enfrío el desastre, en vengar lo que quiso vengar, cuando se dió lo más impuro de lo inestable. Cuando en el saber de la conciencia la ahogaba y la mataba desde que el silencio la dejó floja, en soledad y en una triste desolación. Y fue ella, Lioda, la que en el atardecer dió lo que más unió el instante en saber que el deseo de ser la amante del Señor Pablo. Cuando en el mar desértico se sintió tan frío como la misma piel, y se debió en creer en la misma fuerza, de que el triunfo de ser la amante del Señor Pablo se vino abajo. Cuando en el ocaso creció con la misma fuerza de cuando llovía insistentemente y copiosamente sobre el mismo pecho que guardó el mismo amor que le profesó al Señor Pablo. Cuando en el instante se debió de sentir y de percibir el momento en que el náufrago se hizo como se fue del mismo mar hacia el mismo puerto seguro, cuando llegó hacia el más cálido instante, cuando en el mismo coraje se vió el momento de decir el mismo “te amo”, hacia el Señor Pablo, el cuál, se fue por donde se fue el viaje universal, hacia otro mundo y hacia otro horizonte. Cuando en el pasaje de ver la vida, se vió el mismo coraje de sentir a la impecable, de forma tan real como percibir el instante de sentir el silencio, de saber que el deseo se vió como la forma más adyacente, de cruzar el imperio de sus propios anhelos. Cuando Lioda, dió los más recelos entre su cómplice más real, el teclado de su computador, como su propio coraje de sentir y de percibir el mismo delirio y tan frío como el mismo personaje de ver y de sentir el aire volar como veloz son sus dedos sobre ese teclado de su computador. Cuando en el aire sólo lo sintió como percibió el viento voraz entre sus dedos al tipografiar en el teclado. Cuando era ella, Lioda, la impecable del viento audaz entre ese teclado y sus dedos tan fríos como el aire que sólo obtenía un sólo viento entre los celos y recelos de ese cómplice de ella y de la oficina, donde se guardaba el más terrible de los secretos, que era ella, Lioda, la impecable con el teclado. Cuando en lo más terrible del ocaso se vió a todo un sol desnudo, de tiempo y de fríos, cuando en el tiempo, sólo en el tiempo, sólo acechó la forma de ver el cielo de gris tormenta cuando fue y será por siempre la amante del Señor Pablo. Cuando en el más terrible ocaso se vió el frío y la densidad a descender hacia la noche tan fría como en la misma piel. Y era Lioda, la que en el alma socavó muy dentro a un todo sol. Cuando en el desierto de la imaginación, sólo se llevó una cruel odisea, entre pensar e imaginar, yá su vida, sin el Señor Pablo, entre su terrible más fría voluntad en proseguir un camino tan sola como si caminara sola en el frío desierto. Si entre el cometido frío, se vió el más afable destino, cuando vió el cielo abierto, cuando la compañera de ella, de Lioda, le expreso que la esposa del Señor Pablo llegaría a la juguetería a ultimar unas misivas de vínculos comerciales, para que ella, Lioda, se las redacte en el computador. Cuando llega la esposa del Señor Pablo en la juguetería, desea hablar con ella, con Lioda. Y Lioda, se enfrenta no al deseo ambigüo, sino al mismísimo diablo, cuando la Señora era tan altanera como el mismo duro corazón o como la piedra fría. Cuando en el ocaso se enfrentó al cobarde instante, al final sin fin, y al comienzo sin poder concluir. Cuando en el fin y se dió lo que se llevó en la manera de ver sin la verdadera razón, cuando en el corazón yá compungido, solo, triste y con vergüenza, y con la mirada tan culpable, como ella misma en sola soledad. Redacta las cartas misivas comerciales del Señor Pablo que gestiona su Señora, pero, no sin antes, hacer la pregunta, la pregunta cortante, eficaz, pero, directa, y le pregunta, ¿tú, muchacha estás como amante con mi marido?, a Lioda, le cayó la pregunta como anillo al dedo, pero, sólo fue un alucinación, una tormentosa, pero directa pregunta, no la contestó, porque sólo fue una pesadilla, ella, Lioda, en su subconsciente creyó que ella la Señora formula esa pregunta para ella, pero, no, no fue así. Cuando comienza la Señora a dictar las misivas comerciales y, ella, Lioda, como tan veloz y voraz con el teclado, es la más impecable con el teclado.                    

                                    

Continuará…………………………………………………………………………