Matías García Fernández

¡Vete!

¡Vete!, que ya no hay riendas
que nos amarran,
ni raíces que nos abrazan.
Sólo vertientes de lágrimas;
sin rima de lavandas.
¡Vete!, que ya no hay flores
en la mañana,
ni anhelos de estar pegados
en la cama.
Sólo atardecer en los ojos,
un brillo opaco,
un ocaso de oro.
¡Vete!, que ya no hay perfume
en las cartas,
ni sabor en las palabras.
Sólo nubes en el cielo,
un blanco pardo;
un rocío de celos.
¡Vete!, porque tu nombre
hoy me lastima,
y la pasión que exige mi corazón,
no es amor que se cotiza.