kavanarudén

Extranjero

 

 

Otros paisajes acarician mi mirada cuando la extiendo al horizonte.

Aires diferentes acarician mi piel, causando una reacción desconocida.

Sabores diversos, desconocidos, embriagan mi paladar. No los identifico del todo.

Aromas y perfumes diversos que aún no logro identificar.

Un acento diferente en la voz de los que me rodean. Echo de menos el modo de hablar de mi gente.

Otro idioma que he tendido que aprender, impotencia total querer expresarte y no poder.

Una sensación de fracaso acaricia mis entrañas, ahogo una lágrima con una sonrisa, quiero mantenerme erguido, no puedo mostrarme triste o destruido. 

Alzo mi ojos en alto y pido fuerza, entereza, esperanza. La certeza de haber hecho lo correcto.

Se agudiza el dolor en las fechas significativas: el cumpleaños de los míos: los abuelos, mi padre, mi madre, mis hermanos, mis amigos y amigas, compañeros...

Me arrodillo delante del crucifijo y oro, bautizo mis plegarias con lágrimas abundantes; aprovecho estar en soledad para desahogarme. Me viene espontánea a la memoria el salmo 136: ¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de tí Jerusalén, que se me paralice la mano derecha. (el canto del pueblo de Dios en el exilio) Nunca tan certeras estas palabras como en este momento.

Salir de tu patria por necesidad, por sobrevivencia, porque no estás solo y tienes una familia que depende de ti. Por ser responsable y ofrecer un bienestar a los tuyos. 

Suspiro profundo, expiro lento. Poco a poco recobro la calma. Doy gracias por ello.

Caminar, continuar es mi certeza, con la frente en alto y la plegaria pronta en mis labios. 

Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. (Salmo 61)