Emil Sinclair

OTRO BAILE

 

OTRO BAILE

Hueles muy bien, me dijiste por segunda vez, y me llevaste a la oscura pista atestada. Al intentar coger la mano con la que yo sostenía mi copa derramaste parte de su contenido (fresco, delicado) sobre mis dedos; atravesé tu disculpa con una leve sonrisa – sonrisa leve de corazón inseguro -, y bailamos acompasando nuestros movimientos mientras a nuestro alrededor otros cuerpos se mecían en la marea ascendente de las primeras horas, cada uno aguardando su momento con sus propias esperanzas y anhelos: algunos se verían cumplidos, otros tendrían que esperar a la exacta coincidencia del deseo.

Continuamos bailando, y pronto llegó como siempre ese instante de absoluto abandono, cuando me olvido de mí mismo y dejo de observarme, cuando la timidez deja paso a la absoluta libertad de ser sin cuestionarme. Y entonces pude mirarte y ver la vulnerabilidad expresada en tus hombros, las antiguas cicatrices en tus ojos; y supe que, si las besaba, podría gustar en ellas el amargo sabor de los mundos que crees perdidos. Y no solo eso, sino muchos otros sabores: tu cálido sudor salado, la alegría del presente, el latido incesante de tu corazón atrapado batiendo contra mis labios como las alas de una paloma alzándose hacia el cielo.

En ese momento caíste al suelo.

Te ayudé a levantarte, e incluso bajo la débil luz pude sentir tu vergüenza; quise decirte que no importaba, que todos caemos a veces de un modo u otro para alzarnos de nuevo.

Pero callé, no sé por qué. Y cuando volví del aseo te habías marchado. Suspiré, y continué bailando solo.