Se marchan de sus jardines,
de sus campos olvidados,
de sus huellas en los cerros
sin rosarios ni sembrados.
Y se alejan solitarios,
con la duda bajo el brazo,
una sombra en la mirada,
una herida en el costado.
Y se pierden en la nada,
tras el fondo de un espejo,
arrastrados sin remedio
por la ausencia y el despecho.
Los humanos no les lloran,
solo un nudo en la garganta,
de terror arrinconados
y la muerte en lontananza.