Lucy Shines

Un sábado triste (prosa)

 

A mi perrita, Cuca

 

Llegaste a mi vida una cálida tarde de primavera.

Te encontré en ese muelle de la laguna o, mejor dicho, vos me encontraste. Estabas sentadita tranquila y me miraste con esos ojitos suplicantes, te hice una caricia y enseguida me pusiste tus patitas encima y ya no pude despegarme de vos. Nuestra casa fue tuya desde ese día, porque así lo decidiste. Es cierto, al comienzo no te queríamos acá, ya teníamos otro perro para cuidar, pero esa cuquita de patas cortas y cuerpo alargado, sin raza ni pédigre, pero adornada con un hermoso pelo cobrizo, poco a poco se fue ganando el cariño.  Tu larga lengua era tu distintivo, esa lengua que era mi motivo de disgusto, pero que nos pasabas por la cara como signo de amor.

Un día me sorprendiste con tu ladrido de perro guardián, vos, que parecías un angelito travieso. Y así fueron pasando los días y también los años, corriendo y saltando por la laguna. Ah, el salto era tu especialidad, no sé cómo hacías con tus patitas cortas, pero pasabas el paredón o cualquier obstáculo. Siempre luchando por tu libertad, de un modo u otro, te salías con la tuya.

Pero teníamos que encerrarte para protegerte, aunque es una manera de decir, porque dormías adentro de la casa y cada tanto encontrabas la forma de salir. Es que siempre había algún vecino quejoso, aunque es cierto que no sólo ladrabas, sino que tus dientes afilados a veces se clavaban en alguien que, por algún capricho, no te caía bien. Hasta esa noche en que llegaste con una bala en tu cuerpo y de la que se ocupó mi hijo, porque nosotros no estábamos en casa.

Resististe a todo, no sólo al balín, sino también a la caída en las aguas heladas de la pileta en invierno y a las peleas con tus congéneres, pero no pudiste resistir al cáncer, esa cruel enfermedad que te fue devorando, hasta dejarte sólo piel y huesos.

Fue ese triste sábado que dejaste de sufrir, ese día en que el viento gélido del sur se metía por cada poro, diste tu última lamida de despedida y te dormiste para siempre. Descansas en paz en ese bosque de álamos donde tantas veces me acompañaste, en nuestras caminatas bordeando el espejo de agua, allí, bajo un árbol junto al arroyo, en ese paraíso.

Llegaste una alegre tarde de primavera y te fuiste de este mundo una triste tarde de invierno.

 

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