Suben tus nebulosas miradas en mis ojos.
Tu lágrima de amor cicatriza mi párpado
violento y herido de silencios en el pecho.
El fragor de tu llanto gravita en luna nueva.
Sólo entonces la heráldica noche amarra los vientos
a tu gloriosa crin, y en el sosiego eterno
despierta muy dichosa y se pone a llorar
un trino de esmeraldas y una fiel golondrina.
¡Oh, mujer, de las cipres de julio adoptaste
tus nombres, una tarde lluviosa en tu perfil!
De las aves del norte duplicaste tus alas,
y aprendiste a volar dejando huellas al viento.
Haz que surja de tus manos el fuego azul
de tu sustancia, y dame a beber tus vinos.
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David John Morales Arriola