Realmente no existen muchas divergencias,
oh mía, entre lo que soy y lo que tú eres,
simplemente que ha sido por las contrariedades
del destino que se bifurcaron nuestros criterios,
existe la posibilidad en su inmensidad de que yo posea
aquello que precisas, aunque ambos carecemos
de la misma vis… emprendes tu aventura
matando íncubos, finjo vigor, nos identificamos
tanto pues así protegemos nuestra conexión,
nuestra atracción son las emociones
que turgentemente bajo la conciencia de nuestra lejanía,
misma que no soportamos más, nuestra forma de proceder lo tolera,
un repudio de la distancia para nuestros corazones
que en aproximación se hallan en este embrujo,
malévola no eres, ni yo maldito, que puedo amar,
y tú, mujer de mis ensueños, sabes retribuir,
bien sabemos que somos tan similares,
a pesar de nuestras diferencias, de nuestras peculiaridades.
Te amo, oh mía, en cada desgarre de la atmósfera
cuando el sol proyecta vitalmente su irradiación,
te amo, cuando el crepúsculo pinta la estratósfera
después de la jornada del día, qué fortuna,
y cuando el bardo se inspira bebiendo su brebaje,
te amo, ¡ay!, que los cielos permitan que podamos
entregarnos… mientras el mundo gira y gira,
retribuyéndonos con las fruiciones que nos concedemos,
manteniendo así, siempre encendida la pira.
Un ente que en su misterio irrumpe en tu mente,
dulzor y simplicidad le induces sin saberlo,
y en retribución él deja a tu alma en expectación,
él duerme avezadamente entre los mimos y arrumacos
-sin que lo merezca- sobre los efluvios de tus flores,
tan sólo por sentir el sortilegio de sus olores.
Hubo un varón en su gracia esperando, litoral
de belleza que circundaba al escenario de la exaltación,
eran las horas que anteceden al encuentro,
y el crepúsculo era una idea sin vitalidad,
el varón aguardaba su cita que ya se acordó
con la danza de la noche que acaeció;
ya lejos de las miradas, él solo con la mujer
de misterio que se mantenía sin revelarse,
los nubarrones intentaron congelar la región,
pero una vez que los dos coincidieron,
las prendas relucieron en el cuerpo de la amazona,
para el asombro del varón… y se besaron,
custodiados por la arena que los solapaba,
y en el preciso instante que todo se dirigía
a la consumación del idilio… el acto
se frenaba por el furor del océano en celos,
la tempestad de dos almas se pausaba
quedando así en suspenso
el devenir de este romance en su intensidad.