ann adler

Dulce manto

La noche está triste, descansa sobre mis sábanas porque no tiene otro lugar a donde ir, yo la acepto y descanso junto a ella porque tampoco poseo un hogar. Nos refugiamos entre ambas, el frío gusta acompañarnos y le damos la bienvenida, de ese modo hay quien nos resguarde, aunque dormir es difícil, pues el sueño nos abandonó diciéndonos que recorrería el mundo y el mar a pie, pero al decirle que era imposible se fue, no lo culpo yo también quería ir, pero la noche llegó. Y la noche solo dura cierto tiempo, no quisiera desaprovechar su estancia, así que estamos las dos, por si alguien más gusta unirse a la tierra aún tibia por el sol.

Es bastante agradable, el silencio llega a nuestros oídos, está más despierto que nunca, su canto se extiende por las cordilleras y matorrales, se impone como rey por unos segundos, entre respiraciones y ronquidos su reino flaquea.

Parece que todos los invitados están bien acomodados, la única cosa que no puede estarse en paz soy yo, porque envidio la naturaleza de los demás, pueden decir que yo reino más que nadie, pero es mentira. Solo quien está dormido, es quien no puede darse cuenta de todo lo que acabo de describir desde este ángulo, desde este punto amenazante que me brinda una visión absoluta del mundo, arriba en  el cielo, siendo la luna.