Solasdelval

Qué Lástima - León Felipe (semana del poema genial)

¡Qué lástima

que yo no pueda cantar a la usanza

de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!

¡Qué lástima

que yo no pueda entonar con una voz engolada

esas brillantes romanzas

a las glorias de la patria!

¡Qué lástima

que yo no tenga una patria!

Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa

desde una tierra a otra tierra, desde una raza

a otra raza,

como pasan

esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.

¡Qué lástima

que yo no tenga comarca,

patria chica, tierra provinciana!

Debí nacer en la entraña

de la estepa castellana

y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;

pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,

y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.

Después... ya no he vuelto a echar el ancla,

y ninguna de estas tierras me levanta

ni me exalta

para poder cantar siempre en la misma tonada

al mismo río que pasa

rodando las mismas aguas,

al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.

¡Qué lástima

que yo no tenga una casa!

Una casa solariega y blasonada,

una casa

en que guardara,

a más de otras cosas raras,

un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada

(que me contaran

viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)

y el retrato de un mi abuelo que ganara

una batalla.

¡Qué lástima

que yo no tenga un abuelo que ganara

una batalla,

retratado con una mano cruzada

en el pecho, y la otra en el puño de la espada!

Y, ¡qué lástima

que yo no tenga siquiera una espada!

Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,

ni una tierra provinciana,

ni una casa

solariega y blasonada,

ni el retrato de un mi abuelo que ganara

una batalla,

ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?

¡Qué voy a cantar si soy un paria

que apenas tiene una capa!

 

Sin embargo...

en esta tierra de España

y en un pueblo de la Alcarria

hay una casa

en la que estoy de posada

y donde tengo, prestadas,

una mesa de pino y una silla de paja.

Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla

en una sala

muy amplia

y muy blanca

que está en la parte más baja

y más fresca de la casa.

Tiene una luz muy clara

esta sala

tan amplia

y tan blanca...

Una luz muy clara

que entra por una ventana

que da a una calle muy ancha.

Y a la luz de esta ventana

vengo todas las mañanas.

Aquí me siento sobre mi silla de paja

y venzo las horas largas

leyendo en mi libro y viendo cómo pasa

la gente a través de la ventana.

Cosas de poca importancia

parecen un libro y el cristal de una ventana

en un pueblo de la Alcarria,

y, sin embargo, le basta

para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.

Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa

cuando pasan

ese pastor que va detrás de las cabras

con una enorme cayada,

esa mujer agobiada

con una carga

de leña en la espalda,

esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,

y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.

¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana

siempre y se queda a los cristales pegada

como si fuera una estampa.

¡Qué gracia

tiene su cara

en el cristal aplastada

con la barbilla sumida y la naricilla chata!

Yo me río mucho mirándola

y la digo que es una niña muy guapa...

Ella entonces me llama

¡tonto!, y se marcha.

¡Pobre niña! Ya no pasa

por esta calle tan ancha

caminando hacia la escuela de muy mala gana,

ni se para

en mi ventana,

ni se queda a los cristales pegada

como si fuera una estampa.

Que un día se puso mala,

muy mala,

y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

 

Y en una tarde muy clara,

por esta calle tan ancha,

al través de la ventana,

vi cómo se la llevaban

en una caja

muy blanca...

En una caja

muy blanca

que tenía un cristalito en la tapa.

Por aquel cristal se la veía la cara

lo mismo que cuando estaba

pegadita al cristal de mi ventana...

Al cristal de esta ventana

que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja

tan blanca.

Todo el ritmo de la vida pasa

por el cristal de mi ventana...

¡Y la muerte también pasa!

 

¡Qué lástima

que no pudiendo cantar otras hazañas,

porque no tengo una patria,

ni una tierra provinciana,

ni una casa

solariega y blasonada,

ni el retrato de un mi abuelo que ganara

una batalla,

ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,

y soy un paria

que apenas tiene una capa...

venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!

 

Autor: León Felipe