Francisco Barreto

ALEGORIA IRREDUCTIBLE

 

Federico andaba por la vida

Recorriendo los rellanos de su existencia

Plañidera y solitaria.

Endechaba entre suspiros y congojas

A su irreductible soledad, y una que otra vez

Celebraba el aroma de una que otra florecilla

Que por pequeña y deslucida hubiese sido

Mancillada por algún sordo nasal mortal

Y amargamente mas tarde o mas temprano

Terminaba siempre por abatir el enhiesto anhelo

De querer encontrar consuelo a su afligido corazón

 

Hasta que un día a la vera del camino

Entre frondosos cipreses y verdes encinos

Y quizás por un torbellino majestuoso del Arcano

Que a la usanza de los reyes terrenales

Que conservan su libro de “Misericordias Retenidas”

Para premiar al mortal que se conformó

Con su suerte peregrina,

Le obsequió

Un Ángel de ojos aguados y de piel trigueña

Que llevaba sobre su melena despeinada

Una perfumada flor guindada de un rizo distraído,

Traía un vestido colorido que batía al viento

Lo impoluto de su apariencia personal

Agregando de inmediato la voz plural de los pensamientos preteridos

Del abotagado endechador.

 

Caminaron en el aire

Se regalaron la luna mutuamente

Y entretejidos los dedos de sus manos

Bajo la luz celestina de una luna en plenilunio

Se juraron amos y compañía eternos.

Su sangre llegó a ser la misma de ambos

Hablaron el mismo idioma de los sueños

Su aliento llegó ser su bálsamo en los momentos de repentina expectación

Se recitaban versos con los ojos

Y se zambullían diariamente

En su alborozado estanque de felicidad

No existió una noche mala

En la vida buena de de ambos soñadores

El amor fraguaba por sus poros

En vez de sudor exhalaban miel

Y en lugar de actitudes desilusionadas

Se convirtieron en muletas uno del otro

Para sostenerse cuando

Alguno flaqueara en el largo andén

De una irrita decepción.

Unieron la pasión que conducía

A pasos largos por sus vidas separadas

Y animaron el verbo amar

Conjugándolo en un tiempo progresivo perfecto

 

Un mal día,

El Ángel de la flor en el cabello

Perdió la brújula de existir en el mundo de la felicidad,

Tal vez  porque Federico la perdió primero

Y después  de haber llegado a ser juntos

Un acorazado trasatlántico

Se convirtieron en canoas separadas

Navegando sin  brújula- que digo sin brújula-

Sin remos en el embravecido mar

De una paralizante indiferencia.

 

Perdidos y a merced

De las gigantescas olas que formaban

Sus intransigentes desencuentros

Rayanos en la más deplorable insensatez

Se adentraron más y más en la oscura noche

De una amarga confusión.

El otrora aliento nutritivo de ambos

Se trocó en un inaguantable

Vaho de expectativas irreales

Y la luna que ambos se bajaron

Tuvieron que despacharla

Por la extinción del compromiso activo

De mantenerla brillando aún a pleno sol.

Lo que era el producto

Del mejor acto espontáneo de los dos

Se convirtió en deprimente

Obligación de súbdito perdedor

Y el Amor se transformó

En una detestable caricatura

De los encuentros fogosos

Por devaneos taciturnos

Para saciar el hambre animal

La dulce paz del contubernio

En repetidos y constantes estados de treguas “banas”

Y la verdad insoslayable

En meras excusas de retorica improvisada

 

Así acabaron las plurales expectativas

De dos que fueron uno

Y de un corazón que latía por dos…

El Ángel se concentró en su original cielo

De Federico no se supo nada

Casi todos tejieron  sus propias redes en cuanto a su destino

Aunque algunos aseguran

Que se intrincó en lo profundo de una  Espesa  y húmeda selva

Tratando de conseguir una rara especie floral: LA ROSA NEGRA

Para convertirla en Diosa exclusiva para él

Pero los otros, los que son la mayoría dicen:

 

Federico se marchó

A endechar por los rellanos

De su existencia plañidera y solitaria

y entre suspiros y congojas, despertó a su amiga eterna

“La irreductible Soledad”

Esta vez mas temprano que tarde

Derribó la enhiesta ilusión

De ver acompañado a su corazón.

Y mientras echaba al fuego

Los últimos destellos de una luna

Que pudo brillar toda la vida

Le sorprendió en la vera del camino

Entre frondosos cipreses y verdes encinos

Otro  Ángel de ojos aguados

Y el rizo despeinado que sostenía una flor

 En medio de una cabellera de intenso negro azabache…

 

Francisco Barreto

San Carlos 18-05-2010