No incurras en la arrogancia de huir
de las señales que de mí se muestran,
no seas la propiciadora del acontecer
que toscamente con congojas en cicaterías te mantienen
hacia una revolución de memorias con renuencia,
pues distanciarte de los trances que estrafalariamente me son propios
y pretender tachar la lucidez de nuestras aventuras
bajo la guía de la imprudencia de tus hechos,
sólo provocarán aún más, que alejándose
toda ocurrencia mía, en el agobio,
extrañes con recuerdos bajo tus pupilas
a los remansos de mi visión que te desvisten,
mismos que con afán, aguerridamente prosiguen
en invitarte a navegar en las aguas de la serenidad
dentro de la excentricidad de mi corazón en un acto que no muere…
no infrinjas contra la ruta de la plétora en su excelsitud
hacia el destino, -es una falta que no se necesita-,
que a lo lejos sufrirá también mi alma solitariamente.
Los deseos que en tu alma se fecundan,
se proyectan hacia atmósferas en sus gracias,
forjando la gracilidad de mundos donde proliferan
las caricias del céfiro y el efluvio de las rosas,
trocando en el portavoz de mis cantares
al ruiseñor que irrumpe en tu ventana,
y mi manos en torrentes enfáticamente
desde mi cielo como lluvia en el campo
bañan tu cuerpo, nutriendo a los cerezos
que proliferan en las llanuras de tu ser,
para tener siempre a tus pensamientos en cautiverio,
viviendo, así, mi alma junto a tu alma de mujer.
¿Sabes, ángel mujer, cuál es el poema
con más sublimidad que has podido regalarme?
sin aliteraciones de genialidad, sin diseño,
los versos con más lindura que has podido concederme
son los que constan de dos vocablos de suma belleza,
de los «te amo» que poseen los fulgores
de tu alma con bondad, que te inspiran madrigales
sin expresiones de ingenuidad, por las mañanas
en la primavera de mi orbe donde siempre recitas,
-con voces en silencio- que en verdad me amas…
no hay nada con más magia, mujer, que la poesía
que se nutre de tus sentimientos cuando me buscas,
y me permites, así, poder alumbrar sobre tus horas,
soportando siempre la brusquedad de mis impertinencias,
para que tus alegrías sean también mis alegrías.
Tu entereza de fémina, admiro, tu valor
de dama respeto religiosamente con armonía,
tu consagración por amar con insistencia
y tu forma de mostrar solícitamente tu cariño
son loables, ya que le dan a tus pupilos la victoria
ante cada una de las vicisitudes en la senda…
siempre es mejor guiar a alguien para que se instruya
a cómo combatir dragones en vez de enclaustrarle
en una fortificación queriéndole proteger,
darle con cautela libertad, sin imponer condiciones,
para que pueda caminar, volar, saltar, correr…
así cuando lo haces se gesta en mí la admiración
por ti, pues amas y orientas con el alma y el corazón.