FrancoBouzas

GITANA SIN NOMBRE

 Cada día te observaba pasar frente a mi local a comprar los víveres diarios para la cena.

 En esos momentos paraba lo que hacía para disfrutar de esos efímeros segundos en donde tu pelo y el vestido ondeaban con el viento a su paso. Eran una flama bermellón que danzaba ante mis ojos.

 Las veces que parabas a pedirme un café solo podía sonreír de manera estúpida, esforzándome en parecer simpático.  Atenderte se convertía en un arte. Accionaba la palanca del café molido con delicadeza, poniendo empeño en depositar la cantidad justa. Mientras la taza se llenaba, iba calentando la leche para cortarlo apenas con un chorrito y dibujando un corazón con la crema al final. Un sobre de azúcar y dos masitas como siempre. 

 -Su pedido. Que lo disfrute. – Era lo único que decía. Todas las preguntas que quería hacerte morían antes de que aprendiesen a volar. Quería saber tu nombre, si tenías pretendiente o si nuestras culturas podían convivir.  El misterio alimentaba esas ganas que tenía. 

 Vos me sonreías y no volvías a mirarme. Me conformaba con eso. Verte sonreír; ver tus ojos y tu piel cobriza durante ese instante. Momentos en donde mi esperanzado corazón, creía que algo podía ser posible entre nosotros.

 Dos desconocidos. Dos costumbres que iban en contramano. Imposible.

 Una tarde fría de Abril te refugiaste en el local para cubrirte de la lluvia. 

 -¿Cómo le puede gustar este clima a alguien? 

 -Yo creo que son días especiales para contemplar. Ver los arboles empapados agitándose por el viento. Las veredas vacías. Las calles llenándose de agua… Y se vuelven más especiales con café caliente en el vientre. Venga, siéntese al lado de la ventana que yo invito.

 -Supongo que tienes razón. Muchas gracias.

 -Que lo disfrute.

 Conversamos unos minutos más y me arme de valor para liberar una de las incógnitas que tenía guardada.

 -¿Puedo hacerle una pregunta? Tengo intriga en saber cómo se llama.

 -Perdón. No puedo. Ha parado de llover, tengo prisa.

 La flama de tu pelo se fue desvaneciendo entre la niebla, y desde ese momento, no volví a verte pasar