Dulce Miranda

El día de julio

Siendo el 27 de julio una de esas tardes en las que el sol se pone en todo su esplendor. Vi su rostro reflejado en el lago.

Una hermosa sonrisa se destendía por todo su rostro. Era como si se formasen colinas en el horizonte de sus labios que daban vida a todo mi entorno. Jamás imaginé verle de nuevo, no de esta forma.

Sin importar si era realmente cierto lo que mis ojos admiraban, la brisa que el viento llevaba en cada soplo; me recordaba que ella seguía estando aquí a cada segundo, a cada minuto, a cada hora, e incluso a cada día en el transcurrir de los años.

Tal y como lo prometió en su último aliento, ella seguía estando en cada lugar.
En esa rosa pálida de la esquina, en el fresco viento mañanero, en un día soleado y radiante, en cada gota de lluvia que resbalaba por el vidrio de mi ventana; e incluso en esa pequeña taza de café que bebía antes de acostarme.
Ella vivía en lo más profundo de mi corazón para jamás ser olvidada, más siempre recordada.