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LA VIDA


     Ayer, se creyó utopía el que lo invisible pudiera arrastrar
hasta, casi, llevar al fondo del abismo; ahora, corroe cuerpos
mientras, unidas o distantes, sufren, lloran y ruegan las almas.
Hoy, otra utopía puede dar aliento de vida, para borrar
o mitigar la fuerza de rayos destructores, de borrascas
que se nutren, día a día, del poder, el egoísmo y la mentira,
de la inconsciencia que destruye porque no reconoce murallas;
de los amantes de retorcidas sendas, de apegos y añoranzas,
que ruegan a la bravía borrasca no separar sus cuerpos del alma.

 

   La vida, no solo es alimentar el cuerpo, es nutrir y acariciar el alma:
amar y sentirse amado, buscar sobreponerse si las adversidades encaran
-imaginar escalera de ramas, que apresan para elevar hasta el infinito,
aunque enterradas estén las raíces que aferran a la tierra-.
Es entender que la soledad es seca como el agua en la estepa,
si se justiprecia el entorno al ampliar la mirada:
embeberse en la inmensidad del mar, difuminado el horizonte,
embriagarse con el correr risueño de los ríos, a los manglares,
y abrazarse al viento para acurrucar la distancia entre las manos;
ver quebrar nubes en los ojos mientras reluce el sol entre los labios,
cosechar la fragancia de las flores en algún desierto o en glaciales;
mirar y extasiarse con el brillo del sol en el azul celeste y
verle esconder, sereno, tras un juego de sábanas enrojecidas.
Es reír, llorar, gritar..., callar y celebrar la febril alegría
de mariposas insurrectas, que airosas revolotean en el pecho
para robar suspiros, obligando a la esplendorosa acción de gracia.

 

Un sueño no es pesadilla
si es fuerza para el despertar.
El despertar no es castigo
es elevación en marcha.