Samuel Suazo Vargas

LA CAMPESINA

Bendita la campesina que destripó las vides

y en carreta trajo las gloriosas semillas al nido,

puesto que en sus manos está la sangre del fruto,

la que brotó cuando en el lagar empezó el suplicio.

 

Un sentimiento de gratitud mutila tus labios,

ya que las máquinas no te han hecho perder los estribos.

Sucios de empeño y polvo están los semblantes del pie

y una mirada errante de perdón arrojas al marido.

 

En el ramillete que izaste están las más puras

y en los bordes titila un grupo de astros deslucidos.

Cerca del prado y el gallinero se asoma un festejo

y ningún extraño puede rehusar el vaso de vino.

 

Bajo los estoques del sol juntas a la parentela

y una guitarra da al alma frígida el sonido.

Un aguacero de aplausos enardece la chispa del canto

y un bailoteo de caballos riega sobre el campo florido.

 

Y en la cazuela de pavo sobrenadan las ínsulas de vida

al atacarlas con borrasca de amor de ambos grifos.

 

En las entrañas de la tortilla se albergan las gotas,

dado que ansías mantener con vida al cultivo.

El padre te heredó un quehacer grato y prometedor,

mas el ser apedreada por empresas no es solo un mito.

 

En los hinchados barriles fluyen los versos,

aunque ahogadas estén las aguas por resfrío.

La explotación cayó como metralla sobre la sequía,

pero en ti no destapó el corcho ni los títulos.

 

Eres la poeta que divulga belleza con la vendimia

y son tus rodillas las que nos libran del circo.

Los corazones que rompes permanecen en el pilón

y con tradición decoloras los rasgos de hastío.