Eduh Siqueiros

Colores grĂ¡ciles del amor

Con la fuerza que se oculta en tus sueños
me materializas con beldad en tu mente,
pensándome eminentemente con ahíncos
y me haces presente desde mi lejanía
en tus madrugadas por tus ansias de placer,
y así, acudo a tu llamado, oh mía,
a contraluz erizando tu dermis sutilmente
y en el invierno, de tu cuerpo de oropel,
aflora mi primavera y sus primores;
me imaginas, me sueñas y me recreas
y férvidamente a ti asisto sin que me toques,
con la volatilidad de tu caricia que se esboza
en tu piel y que ahuyenta al frío que te rige,
porque es etérea la luz de mi consistencia,
circunscrito estoy a tu esfera de estrellas,
donde te hallas colmándote de sosiego,
vestida con el fulgor de eternidad,
el que celestialmente materializa mi destello,
es tan incorpóreo y así resguarda a nuestro secreto más bello.


Permaneces aguardando nuestro instante,
resistiendo a las danzas de tu pensamiento,
la sinceridad de tu silencio afirma
sin contradicciones que me amas,
y trémulamente tu pecho me lo ratifica;
a pesar de la densidad de la bruma en el cielo,
y del acoso que no cesa del hielo en su alevosía,
un fulgor tenuemente anuncia que las llamas
del astro aún endebles resplandecen,
así también nuestros lazos perduran
atándonos aún sin que estemos juntos,
no me mientas ni tú te traiciones,
-aunque imperen distancias entre los dos,
lo sabes tú, lo sé yo y lo sabe el cielo-,
que persistiendo en nuestras aspiraciones
consolidaremos un día nuestros sueños.


Pintemos a nuestra existencia
grácilmente con los colores del amor,
hagamos con sensibilidad de iridiscencia
una gama de ímpetu y felicidad,
con los matices de los sentimientos,
con la tinta que emana de tus ojos
y la albura de mis afanes febrilmente,
con el bruñido de la miel de tus besos,
con el carmesí de tus arrebatos
y el índigo de mis pensamientos.


Mi intención es inducirte la idea
de que me necesitas en tu ser,
con tus ganas de mujer que indomablemente
celebran cuando mi alma se menea
en el resquicio de tus entrañas,
mientras rodamos por los matorrales,
hasta que juntos logremos pulular
dentro de tu sensibilidad de mujer,
siendo tú plenitud alcanzamos tu delirio
indómitamente, te dispones ansiosa
por mi presencia y mi virilidad te exalta
con fervor etéreamente en la fogosidad de un lirio.


Fácilmente deducirías que te amo,
si tan sólo tradujeras las palpitaciones
de mi corazón al lacerarse… pues lloro
en silencio con señales que sutilmente
del gran amor en su incondicionalidad te profeso,
soy tu amante con sigilo, lo manifiesto,
eres mi mayor necesidad, y por eso
mi alma diáfanamente sin dudar lo pregona,
pues te ama como la brisa a la flor,
así como la claridad ama al panorama;
por eso amarte en el silencio prefiero,
dama mía, hasta que adviertas cuánto te amo.