Juan Senda

----- ELEGÍA A MIGUEL HERNÁNDEZ-----

 ELEGÍA A MIGUEL HERNÁNDEZ

X

Martillos, yunques y forjas,

pedazos de hierros con ojos,

carros, bueyes, caballos,

y la vara del arriero.

X

Hay ocho caras de luna,

hay siete ojos de hueso,

cinco mil bocas de sapos,

y las palabras del necio.

X

Hay diecisiete molinos

en esta selva de lirios,

hay trece lagos de cisnes

y lagartos amarillos.

X

 

Y en los púlpitos de sombra,

en las cuevas del castillo,

cautividad anunciaban:

“sin regreso los caminos”

X

Eran las barbas del monte,

y las manos del labriego,

y el enojo de los altos...,

y el grano del molinero.

X

Eran cristales clavados

en los cráneos y cerebros,

en los ojos de los pobres

y en el alma de los presos.

X

Moraban las forjas negras

y el rayo de tus incendios,

y los trotes de caballos,

y cantos de cementerios.

X

Se alzaba tu sangre en llanto

y en tu corazón lamentos,

y en la barca de tus padres,

robaba sueños el viento.

X

Pobre mancebo querido

que sombra vino en tu tiempo,

y que galope de angustia,

y que mazazo en tu pecho.

X

Descendían los eclipses,

galopaban los espectros,

aumentaban los espantos

y se enterraban conceptos.

X

Eras camino de sangre

de sangre y de silencio.

Si rojos eran tus cantos,

más rojos eran tus versos.

X

         Enmudecían los ríos,

         los collados y senderos,

las fuentes tenían bocas

y alas como los cuervos.

X

Queridas arpas de luna,

         querido hermano de fuego,

arteria de sangre pura,

“compañero, compañero”

 

  X

Las montañas se callaban,

se callaban los momentos,

y cuando se callan los montes    se callan también los tiempos...,

 

X

¿Quién puede callar el llanto

cuando llora el sentimiento

y prevalece la angustia,

en las bóvedas del pecho?

X

Cuando se callan los montes

se transfiguran los cielos,

la sangre se vuelve llama,

y el llanto se vuelve eco.