Antonela Chiussi

Puntos de partida

Sonó el teléfono y atendí.

Cuando colgué supe que nada volvería a ser como antes.

Me enojé con el tiempo y con mi obsesión por responder siempre ante el primer “ring”.

Su voz entró en mis oídos como un tsunami, y se instaló en lo más profundo de mi estómago.

Vomité. Con la esperanza de vaciarme de ese pasado que desdibujó en tres palabras mi futuro próximo.

 “Ya te perdoné”, me dijo. No se escuchó nada más, pero pude imaginar que estaba sonriendo.

La culpa había sido una especie de muralla que me impedía volver atrás, que me protegía y había instalado en un nuevo punto de partida.

Cero.

Uno.

Dos.

Tres.

Y perdí la cuenta (a propósito).

Abrí un cuaderno y arranqué una hoja, dejando caer, por defecto, a su compañera del lado opuesto. De alguna manera, prefería que la separación fuese así: deliberadamente. Nunca pude acostumbrarme a sacar juntitas las hojas del medio, pensaba que de todas maneras iba a tener que cortarlas, y prefería que en tal caso, el destino se encargara de decidir.

De un lado escribí la palabra volver y del otro dibujé un cuadrado vacío.

Regresar a sus brazos era borrar de un plumazo mi presente: mi amor, la casa y el perro.

No hacerlo implicaba permanecer en esta estructura vacía (y cerrada).

Cero.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro días sin dormir.

Quemé el cuaderno entero. No marqué su número y tampoco volví a atender el teléfono.

Me fui de casa, también.

Me quedé sola y sin muralla.

Creyendo que esta nueva culpa iba trazar un nuevo punto de partida, pero esta vez, las paredes se me vinieron encima.

Ardieron las páginas del cuaderno y junto a ellas, las cortinas, la alfombra y la casa toda.

Las muertes solo fueron materiales.

Pero no pude probar mi inocencia, y mucho menos mi cordura.

Me quedé sola, y entre murallas.