Carol Elizabeth García Carroz

Telarañas - Parte 5 y 6

En esta difícil espera, ella ha estado muy ocupada para hablar, y en esta mañana en la que acabo de despertar y sigo envuelta entre apretadísimas y sofocantes telarañas, me he puesto a pensar... pues creo que no recuerdo el inicio de las arañas en mi vida, pero tampoco recuerdo que en mi niñez hayan estado presentes, y cavilando y vacilando me encontré recuerdos muy interesantes.

 

(3 de Abril del 2020.
Carol Elizabeth García Carroz)

 

El primer recuerdo que tengo de cuando era niña, es una tarde muy cálida y a la vez sobria y confusa, todo era de colores muy anaranjados y amarillentos, había demasiada luz solar colándose por las ventanas.

 

Unas personas muy altas (según mi perspectiva de niña), me tenían tomada de mis manos sudorosas, hablaban con una mujer mayor de voz dulce, veo esta casa enorme, e invitan a sentar en un gran sofá a mis papás, así los adultos comenzaron a hablar mientras yo fui a pasearme por toda la casa, y minutos más tarde luego de una larga charla, gritos, lágrimas y demasiado drama, ya estaba hecho, mentalmente para ellos ya no era de ellos. Aquel hombre a quién podría llamar padre, me buscó, se inclinó y me miró fijamente a los ojos, posteriormente, luego de contemplarme un poco terminó diciendo:

 

- ¡Sé fuerte! ¡Tú puedes!

 

Tenía una voz amable pero asustada. Mi madre ni siquiera me miraba, sólo estaba distante y no decía nada. Se veía desconsolada, impotente y conmovida, pero también inquieta y decidida.

 

Recuerdo que se escuchaba a la lejanía un suave jazz, ¿les he dicho que me encanta?, lo que pasa es que no lo escucho porque las arañas no me dejan... En fin, una mujer con una potente y romántica garganta cantaba enamorada. Los coros eran sublimes, casi perfectos, los instrumentos hacían un bello e intenso acompañamiento.

 

Pero estaba aterrada, no les miento...

 

Era otoño, las hojas llovían del fuerte viento, las ramas se estremecían y se quebraban gritonas y sin remedio, los pájaros huían rápido y casi sin aliento a un más seguro aposento.

 

Y lo inesperado en aquella tarde de apabullante sol sucedió, una tormenta se desató de pronto, en mi pueblo nunca se había visto algo como eso.
Los que eran mis padres, habían venido a pie, y ahora no podían irse...

 

Mi abuela, sí, mi abuela, esa mujer de voz dulce que nos recibió, no tuvo más que invitarlos a cenar, si bien mi madre era su hija, ellas no se llevaban nada, y nos sentamos por primera y última vez los 4 juntos a la mesa, eran las 18:12 si recuerdo bien, y había hecho un rico pastel, estaba delicioso, ¡cómo los extraño!... un día publico su receta para que lo hagan y puedan probarlo.

 

Pero continúo, la tarde que minutos atrás era soleada, ya no podía ser más oscura, las ramas de los árboles chocaban furiosas contra el techo, tal vez protestaban por lo que mis padres estaban haciendo... el viento hacía un leve y escalofriante silbido que llegaba cansado a nuestros oídos, las ventanas que estaban abiertas chirreaban un poco y golpeaban de vez en cuando, el jazz se había tornado algo sombrío, no había ni una pizca de calor, a cambio reinaba un dictador y punzante frío.

 

Nadie se dirigía una palabra ¿pueden imaginarse lo espantoso que fue vivir eso?, ninguno de mis progenitores me miraban y yo sentía que no podía hablar, tenía miedo y sólo quería que todo lo antes posible acabara, a pesar de estar rodeada de 3 adultos, me sentía sola, indefensa, insegura.

 

Cada vez que alguno tomaba un pedazo de pastel, se escuchaba el fino golpe de la cucharilla de metal sobre el plato de vidrio ¿pueden imaginarse el sonido?, a mí me taladraba los sentidos, y en ese instante se percibía la incomodidad de todos, el nerviosismo de mi madre se hacía cada vez más evidente, podían escucharse los golpes de impaciencia que le daba al piso con su alargado tacón. Mi padre estaba tras cada segundo más intranquilo.
Mi abuela con frecuencia completaba las frases de alguna canción que sonaba al fondo. En un momento, salió de su enojo, su orgullo y sus pensamientos más profundos, y notó que me congelaba y que tenía los ojos llorosos, así que se levantó y encendió la chimenea, me buscó una manta y me cubrió, siendo ese su primer gesto de amor.

 

Yo no soportaba la tensión, los bombillos del techo expedían una luz amarilla, y las paredes de toda la casa estaban cubiertas de un papel tapiz, de rayas verticales blancas y color verde kiwi, todo era tan repugnante, me bajé de la silla y salí corriendo al baño más cercano a vomitar, toda la comida estaba siendo comprimida por mis emociones ajenas...
Creo que ya en alguna ocasión deben haberlo vivido...

 

Cerré la puerta con llave luego de entrar a ese baño enorme, no alcancé el lavamanos, así que levanté la tapa del inodoro y vomité, cada vez que pensaba en lo que sucedía afuera, mi estómago se comprimía y expulsaba cada vez menos comida... Luego de sacarme hasta la bilis, y llorar todo el rato, la voz de mi abue sonó desde fuera

 

- Nena ¿Estás bien?

 

Yo sólo respondí \"Uju\", y vi como la sombra de sus pies se fue alejando de la puerta. De regreso a mi situación, volviendo mi cara a su sitio, vi a un montón de pequeñas arañitas tejiendo un puente entre el lavamos y el inodoro, se me habían empezado a subir a los dedos y rápidamente me las quité y salí del baño lo más apresurada que pude, me senté en la silla y aparté mi plato de donde pudiera verlo.

 

La lluvia ahora chocaba con las ventanas y descendía triste por las mismas, tal vez el clima se había sincronizado con toda mi mental algarabía, rayos caían a lo lejos y resonaban en cada habitación, además de crear un ligero temblor a cada momento.

 

Quería que la lluvia terminara pronto, yo no quería estar más allí, tenía tanto miedo, tanta incertidumbre, tanto dolor... días antes había sucedido algo que no recuerdo, pero me tenía lleno de moretones el cuerpo.
Mi abuela me llevó a mi actual habitación, y me pidió que descansara, y cuando la puerta se cerró ya se podían escuchar los gritos abajo, yo solo podía llorar e intentar no escuchar nada, pero sé que hubo platos rotos y mucho llanto, no sé cuando la lluvia cesó, ni cuándo la discusión paró, tampoco sé que en qué momento mi consciencia se detuvo.

 

Desperté a la mañana siguiente y ya ellos no estaban, habían unas maletas mías al lado de la entrada de la casa... desde ese día, empecé a vivir con mi abuela sin ninguna explicación, sin ninguna despedida real de ellos, no abrazos, no besos, sólo angustias y disgustos, sólo gritos y susto.
Estaba tan desconcertada, no entendía absolutamente nada.

 

6 de Abril del 2020...
Carol Elizabeth García Carroz.