Acaricia tu piel la fresca brisa,
y sus gotas remojan tu cabello;
y desprenden tus ojos el destello
que ilumina tu rostro y tu sonrisa.
Suavemente mi mano se desliza
por tu cuerpo, magnífico y tan bello;
y besando las curvas de tu cuello,
en mis brazos, tu caes muy sumisa.
El ocaso aparece lentamente
y nos cubre con pálidos celajes,
y me besas con ansia vehemente,
bajo el cedro de espléndido follaje;
pues tu boca, sensual y muy ardiente,
sobre el lago me ofrece sus brebajes.
Autor: Aníbal Rodríguez.