Eduh Siqueiros

Escondida en un poema

Quiero pensar que sí me amas,
pensarlo le hace bien a mi alma,
crear la posibilidad de que aún puedo
descansar, con mi vitalidad, en tu ternura
me hace inundarme -igual que un niño-
inmensamente de complacencia y felicidad.

Persistiré, pero lo haré en silencio,
si es que te molesta mi testarudez
y si que yo persevere, ya no te interesa,
debo entender que no hay gracia
en obstinarse y voy junto a mi congoja
a refugiarme asimilando tus desprecios.

¿Qué busque a otra mujer? No es opción
por ahora, porque vives entre mis sienes…
ahora que no soy quien le manda al corazón.

De ti, lo que busco, tal vez no es mucho,
solamente un beso, que en lo sublime exima
toda mi deslealtad la cual funestamente
entre las aguas me anega y aunque combato
no alcanzo exoneración con mis arrojos
y en las aguas mi alma de angustia solloza
por no tener el gozo de estar cerca de tus ojos
ni deleitarme en las llanuras de tu boca,
más solamente pienso en la osadía
de algún día, irrumpir en tu vida
y robarte un beso. ¿Ves que no pido mucho?

Tu centro de pasión en esclavitud
es la esencia de mis letras,
odorífero es el bálsamo de los ojivales,
sicalipsis en la perfección de nuestra sonoridad.

Eufonía en el concierto de un amor
que se eterniza, en simbiosis de melodías,
de tonos e intensidades análogas.

Dos almas que se arrebatan al cielo
saboreando la eternidad
y que vuelven juntas a pisar el suelo.

Es excelsa la delectación...
por este placer que no merezco,
al compartir contigo
esta condena que libera al alma,
una pena de suma hermosura
que hace viable la catarsis
y que las dolencias sana
en la apoteosis de la exaltación.

Némesis que otorga deleite
cuando el estremecimiento es genuino,
que aún sin ser muy diestros
obliga a la expresión.

¡Sólo eres tú! Escondida en un poema,
excitando al verso que de arrobamiento está ávido;
eres una trova que permanece silenciosa, eres mujer,
eres la incitación al desliz, eres llama,
fuego que no consume pero quema,
eres la delicia que mi excitación encumbra,
eres lo etéreo que hace acto de presencia en mi lecho,
la tragicomedia de mis deseos que con vehemencia vibran,
eres numen de mis pensamientos
y motivo de mis agitaciones,
eres caricia en la intensidad de los vientos…
eres todo aunque así no lo presientas.

¡Oh! Imposible hacerte daño,
si tan fugaz permaneces,
tus brevedades son destellos que se eternizan
en mi alma, en lo efímero de cada momento...
aunque transcurran mil, año tras año
y mis ansias que por norma se irguen
queden apaciguados y en calma...

¡No te haré daño, no te miento
y tal vez eres tú quien ya a mi integridad feneces!

Envidiable es la ventura tuya varón,
hombre de voz que circunda y con aureolas
de lentejuelas repletas de silencios que enamoran
a la dama cuyo centro se serpentea
y se estremece sobre sus gamas de colores.

Grande dicha, la que te extasía,
caballero de singular efusión,
de poder sumirte entre las olas
de su pampa en la que te envuelve y besa…
arrebatos en las que al cielo juntos se van,
serenidades en las que luego se vienen
y entre enajenamientos y retornos,
en un concierto de gimoteos ella te ama,
con su delicadeza y serenidad, como ninguna;
y el universo en su inmensidad parece pequeño,
porque sus sentidos fielmente te adoran
inmersa en este amor que la mantiene inquietante,
en la que ella vuelve en sí bajo la luna
y su dueño eres aun en un sueño.

Amar con el alma, amor en lo sublime,
amor que se ha envestido de suma potestad,
amor que vive inefable, que sólo es descifrable
entre las dos almas que están predestinadas,
complemento que no se separa
gracias a dos almas en unificación.

Lastre por lastre, la senda se dirime,
sin miedo a nada rumbo a la eternidad.

Idilio de besos que en el néctar se bautizan,
resueltamente amando entre los nimbos,
conectándose en la mirada que proyecta
fulguraciones desde los ojos con pulcritud;
frescales con el céfiro rozando la dermis,
abrazados percibiendo aquello odorífico del soto,
forjando en la mente una silueta de fidelidad,
símil a un semblante que no es ignoto.