En el duodécimo mes del año veintinueve
se alzó un angel sobre las paredes de su dormitorio,
aquellas casas eran invisibles pero tenían asignaciones específicas y horarios perfectos, mientras que de un lado adornaban las estrellas el cielo nocturno, del otro amanecía inminentemente y las bestias cantaban canciones energéticas.
Hubo un ángel que comenzó a desvelarse y a mirar hacia la tierra, no podía dormir de súplicas, comenzó a sentir triste a su Dios que tanto los amaba, y la casa de todos los ángeles empezó a oscurecer su luz lentamente, pieza por pieza dejaron de encenderse las luces que se veían día y noche en el santo lugar, Dios hizo preparar a los ángeles para un día especial, debían vendarse los ojos y los oidos, porque su padre ya no les iba a hablar nunca más, todo el amor que recibieron y la dicha de servir con amor a quien les dió la vida debían demostrarse ahora, en el momento de la guerra final, desde siempre habían aprendido a seguir la pauta de sus maestros, pero ahora ellos debían fluir de manera espontanea y natural, porque el enemigo que les esperaba abajo era astuto y tenaz transitando en las tinieblas.
El ángel que miró hacia abajo pensó que aún no era tiempo, porque el buzón de súplicas sonaba cada vez más, y estas eran atendidas por la luz de sus recamaras...mientras más se apagaba la energía de su casa, más se preocupaban todos los seres espirituales, sobre todo este, quien percibió el llanto de un hombre de ciudad terrenal. No cabía duda, era el momento, y no habría que cuestionarlo, sobre todo porque ellos ya conocían el aliento del todopoderoso, que lleno de amor insuflaba la vida en derredor, ese pedazo de piedra contaminado no estaría así para siempre, porque para Dios, cualquier llanto, cualquier piedra seca, y cualquier hombre podía ser curado, redimido, perdonado, distinguido y llenado de espiritu santo de una sola mirada, con el frescor del aire que derrochaba en las alturas el creador, con un leve movimiento un pequeño silvido bastaba para reestablecer los principios de orden, para llamar a los cuatro vientos y conjugar a las estrellas consteladas congeladas por el infinito, perpetuadas en el firmamento, porque así como hace que todos los ríos vayan al mar, y el mar nunca se llene, cada lágrima podía ser transformada en pristina sonrisa elevada en silencio en alabanza y como sacrificio vivo que demuestra la grandeza la fórmula perfecta que es el amor de su mano.