Eduh Siqueiros

Me quedo con la esperanza

Procuro estar en el orbe de tu cosmos,
bello ser, es donde tu poder reside,
ese abismo de aquella apacibilidad en tu mar
y con los fulgores de tu plenilunio,
sellando con un ósculo lo sagrado
del tesoro por el que en mí vives
y por ti yo muero.

Anhelo las caricias de tu rapsodia,
y que a través del viento tu expresión
viaje en el tiempo hasta mi nirvana.

Dame el ramillete del insomnio de tus afanes,
el cual pondré en la vasija de mi hálito
esperando que entre mis manos florezca
la belleza de los recuerdos, esos que los vendavales
del olvido quieren aniquilar.

Tus pulsaciones en sus ecos me regalan instantes
de ti y sé por eso que emprendes el vuelo
hacia mí y tus risas me mandas para seguir soñando.

Tus aullidos noto
y el sonido es afilado en tus colmillos,
que ya se me han clavado en mi sosiego desde la distancia,
y ahora aguardo en las horas
de mi noche sin perder de vista
al esplendor de la luna
que te escuda;
espero una transformación
para tener el impulso
y el aullido
que me haga meritorio
de irrumpir en tu soledad
detrás de aquel satélite,
sin alegatos
por la gloria sin parangón
de tenerte y de tenerme.

Amar, amar, amar,
amar también es sacrificio,
cuando arriba un «hasta siempre»,
cuando el amor se mantiene prófugo
y se transforma en estrellas,
las que rutilantes no se dejan alcanzar
desde el céfiro, el que sólo deja sus caricias
sobre la frente
y el éxtasis en el beso de las flores
que se visten con recato.

Amar en la distancia
es un sacrificio
y casi un dolor, pero es apacible,
en el cual se añora
pero sin beber la tetricidad.

Sacrificio como abnegación…
un permitirse el desangrarse
tras el desapego de quien se ama
para cederle plenitud,
esa que no halló a nuestro lado.

No, malestar no.

Apacible es la libación de añoranza
que siendo acre se conserva, tan inolvidable,
que por amor
se le permite volar
al ser que cree encontrar la felicidad
en otro sitio.

No, dolor como maldición, no.

Queda la añoranza y esperanza
de hallar la unión, mutuamente
permitiéndose esta después del delirio en su trance.

Sí, el amor:
que inefablemente, indefiniblemente...
me libera, me alegra
y me da felicidad...
que libero, que alegro
y hago feliz,
que me permite dejar ir
aunque eso me duele
pero me arropo en la túnica de esperanza.

Sí, aunque este dolor no viene del amor
sino por un acto de amor,
es un trance… dolor en su actualidad
y es un acto que ofrezco en sacrificio,
que brindo como ofrenda,
que entrego en holocausto…

Alucinantemente, estrambóticamente...
oh amor, amor que sumes al delirio,
si hacer daño y causar heridas no es tu misión,
¿por qué haces viable las laceraciones
de dos corazones que se reconocen arrobados?

Por qué, amor, haces parte de ti
lo que evidentemente no es tu naturaleza,
pesquisa que corroboras en las faenas…

Inevitable cuestión: ¿qué más queda?
Seguir amando desde lo que es desconcertante, desbordante…

Amor, si eres plenitud,
si eres felicidad en su mayor expresión,
¿por qué permites que en el acto de un beso
la duda de tu consistencia arribe?

Si los destellos de luna
son tus aliados, ¿por qué pones
la impresión de que todo es ficticio en ella?

Amor, en los corazones
que siendo neófitos se encaminan
desde un sendero unificado,
dilucida la incertidumbre y esfuma la perplejidad…

Demuestra, amor, irrefutablemente
que eres plenitud y felicidad
en su máxima expresión.

¡Ay! Sentimientos encontrados,
percepción que se ha sobrepuesto,
cómo poder evitar la nostalgia
ante la privación de lo sagrado
de tus tratos, de tu terneza... pero melancolía
induces combinada con regocijo;
mi pensamiento ya no es claro
y pierdo mi serenidad, indócilmente me mantengo
en las añoranzas entrelazadas con la alegría;
oh misterio, te tengo, pero te desvaneces,
solamente tu reflejo me da la certeza
de que tal vez, alguna vez, algún día,
tú también mi destino asumas
para que se unan nuestras almas.