Nuria de espinosa

Esperanza

Me detuve en la cima de la pradera sin saber

hacia dónde me llevaba el camino elegido. 

La cresta de los árboles mecian sus hojas 

al son del viento, poderosas en su pedestal. 

 

La siembra dibujaba los campos que

el rocío de la mañana despertaba. 

La vida continuaba y sentí que algo cambiaba. 

 

El sol de pronto se oscureció y me estremeci. 

Los pájaros dejaron de volar para descender

y posarse sobre el ramaje de los árboles;

y a la luna, ahora, no le pertenecía renacer. 

 

La tierra descansaba en el regazo de la oscuridad.

Se podía oír la bravura del tormentoso viento, 

que anunciaba la cercanía de la estación invernal.

 

La llovizna empezaba a cubrirlo todo en un

paisaje jocoso. Los árboles se tornaran rojizos

y dirán su voluntad al amparo de la soledad y 

dominadas por la escarcha matinal. 

 

Las montañas despertarán frías y húmedas. 

Pero la oscuridad, continuaba obcecada en negar

a que el sol mostrase su fuego. 

 

Me sentí exceptica y diriji mi paso hacia la

sombra que marcaba mi soledad. Disconforme, 

rebusque en mi interior; el desasosiego, se abrió 

camino y algo nuevo despertó en mi corazón. 

 

Bajé de la llanura temerosa, pero algo cambiaba, 

y tomé la dirección que un pequeño rayo de luz

indicaba donde la vida crecía. El eclipse se

disipaba y el sol asomaba en la mañana. 

 

Apreté el paso con firmeza, extendiendo las

manos y agarrando con fuerza el sendero 

que me llevase muy lejos de la soledad.