JuacoH

27 años siderales de dualidad, contradicción y poesía

 

“No quiero creer, quiero saber”. Carl Sagan.

 

27 equinoccios pueden ser para muchos una cifra insipiente, quizá a lo sumo intermedia, para mí, es un peso enorme, el cual no sé si pueda continuar llevando, o mejor, sobrellevando. La mucha gente que me rodea y la poca que en verdad está cerca, espera respuestas de mi para esta época, tristemente para todos, al sumar los días, solo aglomero preguntas, contradicciones a postulados anteriores y una febril decepción ante la efímera quimera que es la vida en el tiempo, ilusoria y bella a intervalos, pero profundamente vacía y carente de sentido, no solo en mi opinión, si no también, en mi sentir.

 

Considero (aun cuando respeto las diversas creencias) contradictoria la invención de un ser superior de carácter divino entre los hombres, un lastre que en general ayuda a sobrellevar lo asfixiante que resulta la existencia, pero en consecuencia, nos ha privado durante milenios de la posibilidad de explorar en todo nuestro esplendor, la gracia de ser humano. No logro entender que en nuestra complejidad, elijamos entregar nuestro libre albedrío a una epifanía propia del conservacionismo más primitivo de nuestro cerebro,  un reflejo que conserva su estado más básico, pero limita todo nuestro potencial. Nos entregamos entonces a los miedos, escapando a las realidades más próximas, todo, bajo la premisa de una existencia feliz o placentera,  pero profundamente engañosa. Nos arrastramos por el mundo, teniendo todo para poder volar.

 

Nacimos para liberarnos y liberar a los demás, vernos únicos e irrepetibles, aun con toda la mecánica social para  manufacturarnos; luchamos y nos rebelamos, incluso sin darnos cuenta de ello. Una mirada al cielo en tiempos de guerra, un abrazo en medio del fuego verbal abierto, un beso en época de consumo,  la solidaridad sobre el asfalto privado del mercado, entre otros (por fortuna muchos) micro-contextos, nos enseñan que la naturaleza del hombre está en la rebelión, por eso mismo cantamos, pintamos, rimamos, escribimos, amamos, explicamos, porque somos rebeldes con el vacío mismo de la existencia, le hacemos batalla, la decoramos y nos resistimos a su fatídica esencia. Me pregunto entonces,  ¿si la alegría no es más que una bella mentira que cada universo crea para sobrellevar la amargura intrínseca de existir?, y a modo mucho más personal, ¿porque tengo la carencia de crear esa mentira propia que me libere de la angustia de existir?, no podría llegar a tener una respuesta inequívoca, pero a modo personal y con suma irónica, considero a la muerte, como la única liberación del peso mismo de existir, siendo entonces el mayor acto de libertad, tomar decisión y conciencia sobre la misma.

 

Conocer y sorprenderme, es tal vez, una de las pocas llamas que aún no se apagan  en mí, en este sentido, la poesía me ha dotado de una sensibilidad que poco o nada logro entender, mientras que el proceso racional batalla recurrentemente contra esa mitad enamoradiza e idílica, quizá mi error es producto de esa pugna, lo que me lleva a no entender intermedios, a estar siempre desbocado hacia los extremos con el apremio de experimentar una mayor intensidad que me sostenga a lo que llamamos vida; una batalla sin cuartel que ha biselado con hermosa tempestad el ser (incompleto) que he llegado a elaborar, pero que en consecuencia me tiene fatigado ya.  

 

Soy un espectador en la vida, un punto estoico en la inmensidad del cosmos que no sabe que parte de si tiene más hambre, si mi mente o mi alma. Observo, detallo y guardo con alevosía pedacitos del universo, casi como subrayando partes de un libro, a veces los leo, los escribo, los beso o los palpo, siempre sin agredir su libertad. Un feliz melancólico, que encontró una parte de su libertad, en la aceptación del paso constante sin dirección o inclinación de la vida, en la belleza que guarda la inminente muerte y en el absoluto sin sentido del cúmulo de casualidades que deja pequeños espacios para tomar decisiones al que llamamos vida; un incipiente poeta, que intenta escribir para una especie que está condenada al silencio armonioso de la continuidad del universo, al tránsito de la energía como álter ego y a catalizar su propia extinción con grandes dosis de vanidad y banalidad. Un loco que acepta la inmortalidad que puede brindar la idea de ser tan solo un conjunto de átomos con conciencia momentánea que tomo prestada energía del cosmos y  que en ultimas,  si cuenta con suerte, quizá brille en la lejanía del universo una vez más.