Alberto Escobar

Libertad de expresión

 

Cuida lo que dices.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El alcalde proclama la victoria en el balcón de banderas.
Extiende la buena nueva de la libre expresión, la plaza repleta.
El pueblo es una voz que llora y ríe y ríe y llora la ilusión venidera.
La mordaza queda atrás en el tiempo, las bocas derriban barreras.
Podremos decir lo que se quiera, proclama la alegría volandera.
Uno de los vecinos, que cae en la cuenta, se pregunta desolado:
¿Qué puedo decir si desde las primeras luminarias tengo venda
en los ojos y en las entendederas?
¿Qué decir puedo si la instrucción que se requiere no se espera?
¿Si el cacique del pueblo, el comerciante y el cantinero desea
que la ignorancia presida el mentidero y la encomienda?
Ya lo decía el cura: «La curiosidad mató al gato» y así lo quiera
quien de nuestros dineros quisiera lograr hacienda.
Dichosa pregono tijeras sobre mordazas y cortafríos sobre cadenas,
mas la libertad de dicho y pensamiento sobre la carne no se concreta;
sí sobre la reflexión y el foro interno donde los laureles saben su maceta;
sí sobre la instrucción y la lectura lenta donde la letra con constancia entra; 
sí en el silencio y el lento estudio donde Séneca fraguó su senda.
¿Para qué quieres libertad si los vientos que te pueblan discuten sin juez
y sin llave maestra que arranque cerrojos, sean del signo que sean?
Libertad sí, sin banderas, sin consignas, sí con el enigma de una hiedra
que invada tu piel de puesta a puesta y que llame a la entelequia
que se esconde detrás de cada palabra, detrás de cada sentencia.