Luis López 382

Cuando me desperté el gato estaba ahí

 

 

El gato de mi tía Beatriz, un gato negro con ligeros pelos de color blanco y un bigote disparejo, me habló en un sueño. Por lo general, mi relación con los gatos es un poco tosca diría incluso que, existe una rivalidad como mamíferos que somos. Por mi parte, soy más afín a los perros, aunque debo decir que los perros son algo tontos en comparación con los gatos; pero ya saben que qué es lo que dicen: “bienaventurados los tontos porque de ellos será el reino de los cielos”, o bueno, por lo menos, son mucho más felices de lo que los cultos e inteligentes son, por lo que sé. Casi siempre estos últimos, son seres amargados y tristes, viven su vida hablando de grandes temas en varios volúmenes y sus conversaciones, siempre, o casi siempre, terminan en disputas ideológicas e incluso en snobs epistemológicos de quien ha leído qué y quién no. A veces una palabra o un término, un concepto o una categoría, les arruinan las mañanas y las noches, al no poder, solamente, hablar de cualquier cosa sin tener que remitirse a las enciclopedias o en su defecto a la RAE. En tal caso, los perros son más felices, o al menos, eso demuestran, persiguiendo su propia cola. El gato de mi tía: Sherecan, tiene una mirada como de este cole\' qué hace aquí. Dicen que los gatos se creen dueños de todo, hasta de sus amos. En cierta forma su mirada dice eso, y cuando se enamoran, son posesivos y dominantes, como sí con sus garritas quisieran arrebatar la piel de sus seres queridos, sin importar el daño o el dolor que ocasionen. En el sueño, Sherecan estaba junto a otro gato, me acerqué a ambos, quienes se encontraban encima de una mesa, separados el uno del otro como por treinta centímetros de proximidad. Cuando acaricié a Sherecan este se erizó y gruñó, como si mi gesto lo hubiese abatido. Luego, me miró con cara de casa talentos, y me dijo que los gatos me estaban solicitando una enmienda, que se habían dado cuenta de mi trato con los perros, en cómo les servía, y que estaban interesados en humanos así, capaces de servirles a los gatos como lo hacían con los perros. El otro gato no dijo ni una palabra, pero me miraba atentamente, aunque parecía algo tonto, al menos, en comparación con Sherecan. Nunca antes un gato se había erizado al tocarle, ni me había hablado en sueños. Me pregunto si los perros también lo harán, me refiero a eso de hablar, o tal vez, eso sea, un privilegio exclusivo de los dioses. Cuando me desperté el gato estaba ahí, sobre la cama, mirándome, fijamente, con sus ojos verdes y las pupilas dilatadas.

Luis López, Relatos y ficciones.