TM.31

Sueñan los dedos

 

 

Sueñan los dedos, que hablando te escriben,

Con la tinta de testigo, ellos se desviven,

Siguiendo tu cintura, me quitan la amargura, 

¡Escuchad mi historia! Mi dulce dulzura,

 

Debajo del mar, debajo de mi vida, 

hundido y profundo, nacen mis espinas, 

El rio es río, pero yo soy vacío,

Con furia o lujuria, mi dirección es una.

 

Del frío de montañas, o avalanchas de lava,

Nacen de mis entrañas, una dura telaraña,

Del oscuro tronco, de sus grietas heridas, 

La rama desvanecida, sostenía mis días.

 

Del hastío, de las alas caídas y fallecidas,

Un acantilado de oscuridades sentidas, 

La ultima batalla perdida, ya sin salida,

Dolía la rima, no había amnistía.

 

¡No te detengas! Susurraba aquel día,

Una luz, no es luz, si el sol no brilla, 

Pero ese día brillaba, incandilada mirada,

Delante mis ojos, una musa se apersonó, 

 

¡Vaya suerte! Contemple absorto,

Oh belleza, Diosa terrenal, 

¿Has venido a salvar a este mortal?

Un deseo, convertido en obsesión.

 

Y entonces al fin sentí que la oscuridad,

La desazón, la austeridad y la propia ciudad,

La razón desargumentada, la descontrolada locura,

La caparazón de telarañas, habían desaparecido.

 

Y una luz, iluminó, y una luz, me conquistó,

Y una luz, me correspondió, y mi corazón enloqueció,

Y hasta hoy mi Diosa terrenal, mi musa, me elevó,

Encimado de las profundidades, enarbolado entre las nubes,

Hoy duermo en tus labios de seda,

Que sucumben mis miedos, y me hablan de ella.

 

 

TM.31