Alberto Escobar

Mortaja

 

La palabra muerte
vive en el otro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Rosas blancas, verdes y rojas, corona de espinas:
La mañana era de un sol radiante y temprano, la brisa de fría mortaja.
Un padre de negro hisopaba el responso bajo la indiferencia del cuerpo.
Mi madre no tenía lágrimas, el rostro surcado de ríos que no llegaban al mar.
Yo, lo que era yo, me erigí en mástil de su naufragio, en paño de lágrimas
que no se dignaban salir, era demasiado tarde.
«Descanse en paz» fueron sus últimas palabras, lo demás historia.
Me acerqué, antes del olvido, a ponerle un labio en la frente, que casi retiré.
El frío de la estancia sobrepujaba cualquiera de los helores rígidos del féretro.
Mi madre no levantó cabeza, él tampoco.
Hace ya un año; ella sigue nadando en el abismo.
Yo, lo que se dice yo, sigo con mis asuntos, un vago recuerdo alimenticio.