Hugo Emilio Ocanto

*** Aún pende la noche *** - Poema - - Autor: Syol* - - Interpreta: Hugo Emilio Ocanto - - Grabado -

Salta al vacío una última estrella,

se abre naranja la mirada sobre el nácar,

y rueda en llanto la colina de cera,

rueda incesante a sus plantas,

donde luciérnagas acunan las auroras,

y el rocío breve en álamos asoma.  

 

Sedas en furia, carcaj divino,

de malva salpican espejos baldíos,

fantásmico embriaga sin fijo destino,

aroma que llevan las aguas consigo.   

 

Huyen agua y carmín al fuego de siglos,

que manso revela arena en las cuencas,

y amatistas dormidas bajo el río.  

 

De liras carecen los montes alcanzados,

si apaga la piedra el diario vuelo,

si saeta veloz tampoco ha bastado,

y ruge feroz el instinto inesperado,

que a gacelas en flor llega aspirando,

cual primavera de huesos triturados.  

 

Trineos al polvo cruzan caballos,

la ira comanda bridas y látigos,

más letal que sus lanzas figura callado,

verdugo pulgar de coronas y amos.  

 

Ebria está la grada de voces y heraldos,

el ruedo retumba en macabro teatro,

y viaja la sangre los yelmos plateados,

derribando colosos al final del acto.  

 

Pende un gris engranaje de buitres,

atado a los vientres derramados,

antorchas parpadean al voraz convite,

ya posado en los cuerpos apagados,

y va de puntillas, filtrada en los peldaños,

la túnica oscura de legiones y pastos,

libados al hambre de bestias y años.  

 

Desde el firmamento, una temprana estrella,

anuncia la noche meciendo los dardos,

que duermen de espaldas a la tregua,

rota, en el naranja inmaculado.

Salta al vacío una última estrella,

se abre naranja la mirada sobre el nácar,

y rueda en llanto la colina de cera,

rueda incesante a sus plantas,

donde luciérnagas acunan las auroras,

y el rocío breve en álamos asoma.  

 

Sedas en furia, carcaj divino,

de malva salpican espejos baldíos,

fantásmico embriaga sin fijo destino,

aroma que llevan las aguas consigo.   

 

Huyen agua y carmín al fuego de siglos,

que manso revela arena en las cuencas,

y amatistas dormidas bajo el río.  

 

De liras carecen los montes alcanzados,

si apaga la piedra el diario vuelo,

si saeta veloz tampoco ha bastado,

y ruge feroz el instinto inesperado,

que a gacelas en flor llega aspirando,

cual primavera de huesos triturados.  

 

Trineos al polvo cruzan caballos,

la ira comanda bridas y látigos,

más letal que sus lanzas figura callado,

verdugo pulgar de coronas y amos.  

 

Ebria está la grada de voces y heraldos,

el ruedo retumba en macabro teatro,

y viaja la sangre los yelmos plateados,

derribando colosos al final del acto.  

 

Pende un gris engranaje de buitres,

atado a los vientres derramados,

antorchas parpadean al voraz convite,

ya posado en los cuerpos apagados,

y va de puntillas, filtrada en los peldaños,

la túnica oscura de legiones y pastos,

libados al hambre de bestias y años.  

 

Desde el firmamento, una temprana estrella,

anuncia la noche meciendo los dardos,

que duermen de espaldas a la tregua,

rota, en el naranja inmaculado.

Salta al vacío una última estrella,

se abre naranja la mirada sobre el nácar,

y rueda en llanto la colina de cera,

rueda incesante a sus plantas,

donde luciérnagas acunan las auroras,

y el rocío breve en álamos asoma.  

 

Sedas en furia, carcaj divino,

de malva salpican espejos baldíos,

fantásmico embriaga sin fijo destino,

aroma que llevan las aguas consigo.   

 

Huyen agua y carmín al fuego de siglos,

que manso revela arena en las cuencas,

y amatistas dormidas bajo el río.  

 

De liras carecen los montes alcanzados,

si apaga la piedra el diario vuelo,

si saeta veloz tampoco ha bastado,

y ruge feroz el instinto inesperado,

que a gacelas en flor llega aspirando,

cual primavera de huesos triturados.  

 

Trineos al polvo cruzan caballos,

la ira comanda bridas y látigos,

más letal que sus lanzas figura callado,

verdugo pulgar de coronas y amos.  

 

Ebria está la grada de voces y heraldos,

el ruedo retumba en macabro teatro,

y viaja la sangre los yelmos plateados,

derribando colosos al final del acto.  

 

Pende un gris engranaje de buitres,

atado a los vientres derramados,

antorchas parpadean al voraz convite,

ya posado en los cuerpos apagados,

y va de puntillas, filtrada en los peldaños,

la túnica oscura de legiones y pastos,

libados al hambre de bestias y años.  

 

Desde el firmamento, una temprana estrella,

anuncia la noche meciendo los dardos,

que duermen de espaldas a la tregua,

rota, en el naranja inmaculado.