Rodrigo A. Alvarenga

ConfesiĆ³n del inocente

¡Sus ojos!

Sus ojos…

me engañaron;

haciéndome creer en el amor

y en todo lo que hace daño.

 

¿Acaso ellos lo invitaron?

 

No, su señoría.

 

¿Acaso ellos lo amenazaron?

 

No, su señoría.

 

¿Acaso ellos lo buscaron?

 

No, su señoría.

Pero…,

me enamoraron.

¿podría alguien negar su encanto?

 

¿No estaba usted “contento”

en otros brazos?

 

Así es, su señoría.

 

¿No estaba usted “disfrutando”

de otros labios?

 

Así es, su señoría.

 

¿Entonces?

 

Mis oídos la escucharon,

mi corazón bailó al ritmo de sus pasos,

y mis labios… la desearon.

 

¿No le parece conveniente?

 

Ya le dije,

¡soy inocente!

 

Mas a mí, me parece que miente.

Realmente,

¿qué hacía usted?

 

¿A qué se refiere?

 

Deleitándose con otra sonrisa,

soñándose en otra vida,

esperando nuevas caricias-

 

Se equivoca, su señoría.

 

Deseando amanecer con la señorita-

 

¡Se equivoca!

 

¡¿Quién pasa en su mente a toda hora?!

 

¡Se equivoca!

 

Culpe a su cabello,

señor Alvarenga.

Culpe a sus dramas,

creencias,

caderas,

o a su naricita perfecta.

Culpe a ella

de todas sus tragedias.  

Pero seguirá siendo USTED

el sinvergüenza

que se fijó en ella,

durante aquella fiesta,

teniendo a un lado a su pareja.