Tus cabellos llueven cielos de púrpura y oro,
tus verdes ojos hieren el océano profundo,
tu boca de fresa, como néctar de otro mundo,
es deleitable bálsamo, divino tesoro.
Tus gráciles formas, cual frutos del sicomoro,
calman la sed de tu enamorado sitibundo,
que en orbes remotos busca, errante y vagabundo,
tus rizadas guedejas de amarillo heliodoro.
Tu alma inmaculada, como una blanca paloma,
ha volado con el céfiro de la mañana
a los remotos confines sin aire ni luz.
Amor, rompe con tu pasión la recia maroma
que me aprisiona al siglo, no seas tan inhumana,
y aparta de mí este amargo cáliz y esta cruz.
Suspiros y sueños de amor.